(Desvaríos noctambulares / Tinta fresca) Todo el mundo se preguntaba lo mismo: ¿cómo en un pueblo tan pequeño como Villanueva del Rosario, en una feria tan poco conocida, toca Quique González? La concejalía de cultura del pueblo ha sido la única que ha acercado a Quique a Málaga en su gira “Desajuste de cuentas”, donde repasa su trayectoria musical hasta la fecha con motivo de su último disco Ajuste de cuentas. Un gran acierto, iba a ser el concierto del verano para nosotros. Sí, el concierto del verano, ya que, por desgracia, el programa musical de la feria de Málaga (que empieza este viernes) es pobre y poco (o nada) variado. Repleto de cantantes comerciales prefabricados y, salvo alguna excepción, ninguna alternativa musical diferente de calidad. Por eso, todos querían levantar un monumento a Villanueva del Rosario, y desde este estudio, ahí va esta reprimenda verbal a los encargados del programa musical de la feria malagueña por su oportunista contratación.
Noche del 2 de agosto en Villanueva del Rosario. Pisamos el pueblo y, ante nosotros, se extendía una pequeña plaza repleta y atenta a lo que ocurría en el escenario. Una mujer presentaba a Elsa Ríos, todo el aforo lleno de mayores de 40. La gran pregunta era: ¿aquí toca Quique? Y volaron al aire un montón de hipótesis.
Al rato, vimos un grupito de personas que llevaban una misma camiseta, azul, con un nombre en el bolsillo delantero. Una “T” grande sobresalía del logotipo, nos preguntamos: ¿serán esos los Taxidrivers? (El grupo con el que suele tocar Quique). Pero, eran muchos los tíos con esa camiseta… ¡Vamos a preguntar! (Y supuestamente estábamos sobrios). Nos acercamos a uno de ellos: “¿Sois los Taxidrivers?”, “¿Qué? …no, somos los técnicos”. Decidimos llamarles los tecnidrivers.
La feria de Villanueva del Rosario es, únicamente, una calle, y no había ninguna caseta. Detrás del escenario, con Elsa Ríos entusiasmando a los mayores, vimos un buen número de guitarras (que, obviamente, no iría a utilizar la popular cantante). Custodiaba los instrumentos un tipo de negro y con rastas. "Sí, aquí toca Quique", nos confirmó amablemente.
Elsa Ríos se despidió de su público: “Y ahora estará con vosotros un magnífico cantante… que se llama… Quique”, y la cantante volvió la cabeza en busca de la confirmación que indicara que no se había equivocado. En cuanto bajó de la plataforma, algunas personas se pegaron a las vallas del escenario. Nosotros ahí, en primera fila. Arriba colocaban los instrumentos y probaban el sonido. La presentadora de antes subió al escenario, presentó a Quique, nos caldeó y remarcó las intenciones del alcalde de traernos a un cantautor de renombre: ¡Quique González!
Quique apareció con la Ray Band y comenzó el concierto:
Retumbaron los altavoces: Suave es la noche con Quique, Crece la hierba en Villanueva del Rosario, dejamos Vidas cruzadas, fue algo Personal y nos bañamos en Salitre…
Quique bromeó confesando que estaban a punto de perderse viniendo por Antequera, de ahí que cantara Por caminos estrechos; recordamos que somos Kamikazes enamorados y nos noquearon como al Kid Chocolate… Quique, con cubata y cigarro en mano, y nosotros lo echamos todo Por la borda; no llovió pero de repente nos mojamos Bajo la lluvia, y con Polvo en el aire, estuvimos Caminando en círculos… Paramos y subimos a la suite del Hotel Los Ángeles; ¡ay! esos Días que se escapan…
Luego Quique a solas con el piano en el Hotel solitarios, alguna inédita... Volvió la Rayband, soñamos con Miss camiseta mojada y Me agarraste, con alguna canción más, hasta que la fiesta terminó. Ya verás que tocan Pequeño rock and roll, ¿ves? Te lo dije.
Quique nos lanzó su voz, a veces tocando acordes en su guitarra, otras agarrando el micro con las dos manos; pero siempre con los ojillos entrecerrados, de modo que a veces creías que te estaba mirando de reojo.
Quique, al ritmo de la Ray Band, animaba al grupo bailando.
No pudo faltar su armónica.
Manos al aire, palmas, el público coreaba, jaleaba: "¡Ese Quique, ese Quique, oé, oé!". Algunos pedían canciones: “¡Conserjes!”, “¡Pájaros!”, "¡Cuando éramos reyes!", "¡73!". Un nota exclamaba religiosamente entre canción y canción: “Ese Quique auténtico”. Y otro que, de repente, pidió desesperado: “¡Se nos iba la vida, por favor!”. En pleno éxtasis, Quique se volvió de espaldas, se empapó de agua por el pelo y tiró la botella al público. Alguien la consiguió y la zarandeó, salpicando con las últimas gotas nuestras espaldas.
Una hora y media de un concierto pequeño pero grande, íntimo, con un Quique entregado y amable, en ocasiones dirigiéndose al público, con pocas palabras, rotundo.
Nos juntamos en las gradas y me ofrecieron unos bocadillitos. Resulta que Susana (mi cuñada) y Paco (un colega), fueron a buscar los servicios de la Casa de cultura y tuvieron que hacerse pasar por amigos de Quique. De tal modo que llegaron hasta su camerino, donde consiguieron algunos refrigerios. Así que comimos algo por cortesía de Quique.
Minutos más tarde, un grupito se había amontonado en las puertas del edificio para pasar y ver a Quique. Como Susana estaba allí con los discos en mano para ser firmados, me atreví a entrar con ella, como si fuese mi guardiana, para superar la timidez de un posible y esperadísimo encuentro personal. Allí esperamos, entre risas y quejas con los dos tecnidrivers que custodiaban las puertas. A mi lado esperaba una simpática chica catalana que se ligó el tecnidriver más joven (no toda la noche iba a ser redonda para mí). Susana increpaba a Nitro, el manager de Quique, que salía y entraba constantemente, porque todavía no nos dejaban pasar. Nitro tenía un enorme pelo a lo afro e interminables patillas (clavadito a Satán, el torpe personaje de Bola de Dragón). Pero el primo de Quique tenía paso primero, y con él la larga fila de amigos del primo de Quique. Más espera, el tecnidriver ligón ya tenía el número de la chica. Toque de Nitro, entramos.
Sin saber muy bien qué estaba haciendo subí las escaleras y ahí a Quique de perfil en la puerta. Abrí los ojos, un extraño gesto de brazos… él me vio, también abriendo los ojos (probablemente sorprendido por la mueca que tenía dibujada). Nos dimos la mano, unas pocas palabras nerviosas, gracias, el autógrafo, muchas gracias, otra vez la mano, gracias, muchas gracias maestro, gracias… (demasiadas efusiones, no recuerdo el orden claro). Quique es bajito y, como ya había comprobado en algunas entrevistas, un artista de pocas palabras. Un tío amabilísimo.
Con los discos ya firmados para mi hermano (qué paciente, Quique, gracias), Susana, que es la chica más salerosa que he conocido, pellizcó la barriga de Quique: “¡Esa barriguilla, canijo!”, y Quique sonreía.
Luego, felicitaciones al teclista y al guitarrista (qué máquinas). Ahí fuera casi no quedaba nadie. Quique salió con el grupo y lo volvimos a saludar. Susana (la única que se atrevía a hablar), le preguntó si le había gustado el pueblo. Quique, sonriendo, decía que no había podido verlo. Se alojaban en Antequera y se iban al día siguiente.
Entonces, Susana se despidió por todos: “Pues nada, canijo, que te vaya todo muy bien”. Quique, muy agradable, se lo agradeció.
Saliendo del pueblo, dio la casualidad de que íbamos detrás de la furgoneta de Quique. Recorridos unos pocos kilómetros, ellos tomaron una dirección y nosotros otra. En el trayecto a casa escuchamos de nuevo las canciones. Esa noche fuimos pequeños rock and rolles.
Dedicado a: Javi, Fran, Moi, Susana, Paco, Inés, Sabrina y Don Mendo (pues estuvo en alma con nosotros).
Fotografías de Inés, Javi y Fran.