jueves, mayo 25, 2006

Noche de tango: Milva y Tangoseis

(Desvaríos noctambulares / Tinta fresca)

La verdad es que desconocía quién era la cantante y actriz italiana Milva, toda una diva que ha cautivado a público de todo el mundo: desde la Scala de Milán, la Ópera de París, Alemania, Japón... ha dado la vuelta al planeta con sus giras. Sólo con saber que el concierto tenía el nombre de El tango de Astor Piazzolla bastó para desplazarme de nuevo al Teatro Cervantes (recuérdese la visita a Hamlet). Como sigo siendo pobre, estaba de nuevo en el paraíso, el aforo más barato. Pero esos incómodos tablones no están mal si se trata de un concierto. Aun así, como ya iba a comenzar el espectáculo y justo delante había sitio libre en la zona de butacas, nos cambiamos.

Tangoseis, el grupo de tango que actúa con Milva y que nació en Italia para homenajear y promover al compositor argentino, salió primero al escenario. El piano de cola que aguardaba allí cobró vida junto a una guitarra, un violín, un cello y, cómo no, un bandoneón. Sonó Verano porteño.

Milva entró en el segundo tema: Balada para mi muerte. Enseguida comprendí porqué Milva es considerada la gran musa italiana: la donna se contonea por el escenario y se adueña de él, su presencia es fastuosa, todo un espectáculo. Milva canta, baila, salta, pasea entre los músicos y atiende a su público. En la Balada para un loco, Milva, piantá, se quitó los zapatos y su cuerpo se movía frenético, saltando… Más tarde, se tapaba si quería la cara con un velo o se echaba su pelo rojo por el rostro. Su cuerpo adoptaba la posición que se le antojaba según la canción y la letra.

Para Piazzolla, Milva es su favorita. Según el maestro del tango, es la única cantante capaz de interpretar su música, ya que se asemeja al sonido del saxofón y del cello. Con razón Piazzolla compuso para ella, simplemente escuchad la fuerza de su voz.

Cuando atendía, con igual pasión, a su público, Milva se defendía bastante bien en español. A veces recurría a Gilberto Pereyra (el bandoneista) para que le ayudase a traducir alguna que otra palabra o expresión. Con su italiano-spagnol declaró que era un honor visitar Málaga en su extensa gira, y que le encanta cantar en la lengua de Cervantes. Un hombre abajo le gritó “pantera” (al parecer, es conocida por “la pantera de Goro”), y Milva agradeció el detalle humildemente, sus breves y sentidos discursos aportaban también pequeñas notas de humor a la noche.

Al principio salió vestida de negro, luego de rojo, y finalizó de nuevo en negro. La cantante explicó a su público el porqué. Dos colores tiene el tango. Negro: como la muerte, la tristeza. Rojo: como el amor, la pasión, el sentimiento.
Así, vestida de neri e rosso, Milva con Tangoseis me contagiaron la noche del 23 de mayo con tango: La muerte del ángel, Yo soy María, Adiós Nonino, Che tango che, Libertango, Ave María… (¡Qué pena que faltase la Milonga del ángel!).

En la sala, el aire acondicionado empezaba a hacerse notar y mi madre me preguntó: “¿no tienes frío?”. Y me dije: ¡cómo voy a tener frío si el tango caldea con tanta pasión! ¡Podría arropar a cien mujeres heladas!

miércoles, mayo 24, 2006

En la balada para un loco

(Desvaríos noctambulares)

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...

Cuando estoy apasionado o, sobre todo, empapado de enorme melancolía, me gusta compararme con un bandoneón.
Como un loco, he estado saltando esta noche para intentar atrapar a la luna.
¡Y hasta saltaría sobre el abismo de tu escote hasta sentir que enloquecí tu corazón de libertad!
Sí, hoy estoy especialmente romántico, quiero apartar por unas horas malos pensamientos, posibles penas de corazón y dejarme llevar ciegamente como al ritmo de esa balada.
Oh sí, oh sí… esta noche, vestido de negro y rojo.
Os contaré porqué, os contaré… pero esta noche no podrá ser, mañana, o quizás pasado.

Y no os preocupéis (si es que alguien se preocupa), porque el sentimiento, tardará un par de días en disiparse.

domingo, mayo 21, 2006

El pájaro que toca el saxo

(El proyector cascado)

Ayer por la noche tuve el gusto de ver en cine una película de Clint Eastwood titulada Bird, basada en los últimos años del grandísimo saxofonista de jazz Charlie Parker. Este film de 1988 está bañado en una penumbra íntima, las escenas a la luz del día son escasas, nada más armónico con ese jazz nocturno y explosivo que adorna las noches de las calles de la época. La película está impregnada de ese jazz que nace del genio de Parker: corre la improvisación por sus venas tanto como las drogas y el alcohol. Se destrozó, su cuerpo parecía tener veinte años más cuando murió a los treinta y cinco. Su muerte prematura no impidió que se convirtiese en leyenda y la película de Clint Eastwood es el mejor homenaje.

El tiempo en Bird se mezcla y se confunde, modulan y transportan recuerdos… ciertamente, parece improvisar el tempo de la narración como el saxo del genio. Una película muy cuidada, realizada con todo respeto e interés (quizás el metraje es demasiado largo), cubierta por el entusiasmo y la devoción personal del melómano Clint Eastwood (Globo de Oro al mejor director).
Las escenas musicales son brillantes y abundan, cómo no, y para mayor gozo se molestaron en limpiar el sonido de los discos usados (Oscar al mejor sonido). Forest Whitaker está espléndido como Parker, lo mismo con Diane Venora como la esposa Chan, (premio a la mejor actriz de reparto por la New York Film Critics), e inolvidable el colega Dizzy Gillespie (queremos una película para él solo).

El mejor momento musical llegó inesperado: Laura sonando con acompañamiento de cuerda en una secuencia maravillosa, Charlie Parker aullando notas del saxo mientras dos ríos de lágrimas se abren paso por el sudor de su cabeza. Conmociona.
Ahora escucho Laura. No sé para quién se compuso esa canción o si acaso estaba dedicada. Pero como suele ocurrir en este tipo de temas, cualquiera pude imaginar lo que quiera, así como sustituir mentalmente el nombre.

sábado, mayo 20, 2006

Perdonen las molestias...

(Tinta fresca)

Puede que alguno o alguna se haya percatado de un pequeño cambio en el estudio… (no, me temo que en el archivador de contenidos la caja de música sigue anunciándose como “próximamente”). Se trata de un ajuste en la estructura: si van al aforo de los comentarios comprobarán que para dejar un apunte, queja o sugerencia es indispensable rellenar eso de "verificación de la palabra". Puede que a unos les parezca una exageración escribir con tinta fresca esta nueva activación, pero mi intención con respecto a los posibles lectores de este estudio era facilitar al máximo cualquier proceso de comunicación por parte de estos, por eso no activé la verificación contra comentarios no deseados, porque, aunque cuesta muy poco, reconozco que es un poco molesto eso de fijarse en la palabrita y copiar, volver a hacerlo, repetir…
Cerca de los inicios de Cantautores mudos sólo se había colado un comentario indeseable de spam. Ayer, un “individuo” anónimo repartió alrededor de diez comentarios en distintos escritos del blog (y la misiva iba aumentando), todos con halagos breves en inglés y con invitaciones a un enlace de extraño destino. No me hubiese importado tanto si en vez de atacar una decena de veces lo hubiese hecho una… puede que aún tenga repartido en alguno de los post uno de esos puñeteros comentarios. Así que, para no perder la paciencia una próxima vez y combatir la publicidad no deseada me he visto obligado por optar por la verificación de la palabra.

Espero que no os importe perder unos valiosos segundos más en cada comentario que queráis publicar…

De paso, denuncio a las empresas, los colectivos o a aquellos individuales que utilizan esa forma irrespetuosa, molesta y falsa de publicidad. La libertad condicionada de Internet se paga con estos indeseables…

martes, mayo 16, 2006

Historias de piano

Capítulo VI: El cuadro

No hubo que hablar nada, no hizo falta ninguna palabra. Arturo y Blanca comenzaron el nuevo año con una nueva relación. Arturo se sorprendió a sí mismo por la dedicación que le prestaba a su nueva pareja. Le había conmovido profundamente aquel abrazo al filo del nuevo año, hacía mucho tiempo que nadie le abrazaba así, y sabía perfectamente lo que era necesitarlo. Quizás por eso, Arturo no se apartó de Blanca.

Solían verse todos los días y pasaban juntos casi todas las noches. Blanca parecía muy ilusionada con Arturo, y el pianista quería estar con la pintora. La relación que había entre ellos era de lo más apacible. Quizás se había enamorado, pensó él. Incluso la pálida piel de Blanca parecía más carnosa, lo notó especialmente en una cena en algún que otro restaurante de la ciudad.
- Hoy te toca hacer plan -comenzó Blanca - ¿qué vamos a hacer esta noche?
- Bueno, pues había pensado… -improvisaba Arturo- que después de esta apetecible cena… podría llevarte a una exposición de Miró que han inaugurado hace un par de días… Y luego…
- ¿Y luego?
- Luego podríamos dar una vuelta por el puerto… me apetecería mucho. Y después…
- ¿Y después?
- Después… podrás elegir entre hacerte el amor en tempo de adagio o en allegro vivace.
Blanca se llevó las manos a la cara para disminuir el volumen de su risa, luego miró sonriente a Arturo.
- Prefiero primero el allegro vivace para acabar tranquilamente con el adagio.
- Estupendo, ¿y lo anterior te da igual?
Su pareja volvió a reír y Arturo observó sus gestos, la llama de la vela iluminaba el rostro de Blanca, no parecía tan pálido, era como nieve cálida, con pinceladas.

Al dedicar gran parte de su tiempo a Blanca, las salidas solitarias al Café Jazz se suspendieron. Arturo continuaba dando clases y tocando en el centro comercial Alameda y en pequeñas salas y restaurantes. Blanca siempre le acompañaba en cada concierto, allí estaba ella en primera fila, y a veces justamente a su lado para pasar las partituras. Arturo tocaba normalmente sin partitura, memorizaba perfectamente los pasajes de las piezas; sin embargo, a veces necesitaba las partituras en el atril para alguna obra que no había memorizado por completo.
- ¿Quieres que te pase las hojas? -preguntó atónita Blanca- ¡Yo no sé!
- ¿Conoces toda la obra completa de Chopin y no sabes leer una partitura? No es nada difícil. Yo cabecearé cuando quiera que cambies de hoja. Más tarde te enseñaré a seguir una partitura.
A Arturo no le gustaba tener a nadie a su lado que le pasara las partituras, por eso Blanca significaba una cariñosa excepción. En los días siguientes le enseñó cómo seguir por encima una partitura, poco a poco la enseñaba a leer música.

Algunos días Blanca se traía sus pinturas y sus lienzos y pintaba en casa de Arturo. El pianista tocaba y componía. La presencia de Blanca en su hogar le halagaba y a la vez le incomodaba extrañamente, hacía bastante tiempo que no invitaba a ninguna mujer. Blanca, por su parte, continuaba pintando lienzos sobre mujeres solitarias, desnudas y paisajes. Arturo le preguntaba por el cuadro en el que él aparecía: “todavía no está listo”, replicaba misteriosa Blanca.

Un día, los dos salieron a cenar con Dani y Susana. La pareja de amigos estaba realmente contenta de la nueva compañera de Arturo.
- Por fin una fija, ¿eh? -bromeó susurrándole Dani a Arturo.
- Eres muy gracioso, ¿eh?
- ¿Cuándo podremos ver tus cuadros expuestos, Blanca? -preguntó Susana.
- Realmente no lo sé, un par de galerías parecen interesadas, pero todavía no responden.
- Pronto la llamarán -aseguró Arturo.
- Eso tenéis en común -agregó Dani-. Arturo todavía espera respuesta de varias salas de concierto. Por cierto, maestro: pronto la sala Verdi organizará la nueva temporada…
- No te molestes, no me cogerán.
- No digas eso -increpó Blanca.
- No le hagas caso, Blanca, yo como siempre le presento.
Blanca agradeció la cortesía de Dani.
- Me alegra mucho veros juntos -cambió de tema Susana-. Sinceramente, Blanca, estaba preocupada por Arturo, llevaba demasiado tiempo solo…
- Desde que se divorció con Lucía.
- Susana, Dani… -canturreó Arturo- Hay temas más interesantes.
- Mírale Blanca, no le gusta que hablen de él, pero yo sé que en el fondo le encanta.
Arturo sonrió a Susana mostrándole el cuchillo.
- ¡Nunca pierde su sentido del humor!
- Eso es cierto, nunca le he visto enfadarse -argumentó Blanca-. Los dos somos bastante pacíficos.
- Qué tortolitos…
- Menuda noche me espera.
La cena transcurrió así, intercalando algunos temas con bromas dirigidas a Arturo. Susana propuso ir a hacer una barbacoa en su casa de campo. A Blanca le ilusionó mucho la propuesta. Las dos mujeres no dejaron de hablar y de reír. Arturo y Dani se apostaron copas jugando al billar. Todo parecía ir perfecto. De vuelta a casa, Blanca le contaba a Arturo lo bien que le caía Dani y Susana.
- Son muy buenas personas, tendrías que estar contento.
- Lo estoy, ellos saben que les aprecio.
- No me dijiste que estuviste casado.
- Bueno, la historia no es para tanto: me casé a los veinticuatro años con una amiga pero la cosa no funcionó, a los dos años ella marchó a Madrid.
Blanca no dijo más, parecía pensar profundamente la revelación de Arturo. A éste le empezaba a preocupar el silencio de Blanca, parecía el mismo silencio doloroso que la envolvía cuando la conoció. De repente, Blanca empezó a reír, no paraba, una de esas risas incontrolables.
- ¿Qué te pasa? ¿Eh?
Tras mucho reír e intentar calmarse consiguió decir: "¡A los veinticuatro, eres un romántico!”. Y volvió a reírse.
- Vaya, qué gracia…
- ¿Sabes que tengo una vecina que toca el violín? A veces la escucho.
- No lo sabía.
- Hoy no has tocado el piano, supongo que eso no te gustará.
- No te preocupes, esta noche practicaré en tu espalda.
Aquella noche Blanca le dijo a Arturo que le quería.

En muy contadas ocasiones, Blanca mencionaba a César Guerrero, el pianista con quien tuvo su anterior relación, según ella, un pianista impecable tocando Chopin. Por las anécdotas que contaba, había sido una ambigua relación con continuas y confusas rupturas y reconciliaciones. Un día que tocaba y Blanca pintaba a su lado, Arturo quiso comprobar en qué medida el anterior pianista seguía presente en la mente de Blanca. Para ello, Arturo comenzó a tocar los primeros compases del vals opus 69 número 1 de Chopin. En cuanto Blanca lo reconoció exclamó: “¡No toques eso!”, el pianista, aun sorprendido por la reacción supo encauzar el ardid e improvisó un nuevo vals: “No estaba tocando Chopin”. Blanca ocultó su rostro tras el lienzo y no dijo nada más.

La convivencia continuó plácidamente. Pero si el comienzo fue inesperado, la repentina marcha de Blanca, cuatro meses más tarde, lo fue aún más.
La calle no estaba muy iluminada, una de las farolas se había fundido. Por eso, un hombre alto de unos treinta años y engalanado con un frac tropezó con Arturo en el portal. El hombre se disculpó y apoyó su mano en el brazo del pianista, lo miró con fuerza, sosteniendo la mirada unos segundos.
- Disculpa.
Esa mano con esos dedos, en lugar de ser un gesto cortés, parecía hincarse de un modo hiriente.
- No pasa nada.
Arturo entró en el portal, los dedos de ese hombre se marcaron en su brazo, como si quemaran. Subió al piso sexto y escuchó un violín tocando un pasaje de violín de En un mercado persa de Ketelbey. La puerta de Blanca estaba entreabierta, Arturo entró.
- Está tocando tu vecina, es la primera vez que la escucho.
En el pasillo, Arturo tropezó con varias maletas; siguió avanzando y en el estudio algunos lienzos estaban colocados en cajas. Sin lugar a dudas era un triste escenario de mudanza. Blanca salió de su dormitorio con una maleta abierta con ropa.
- Hola Arturo -saludó nerviosa.
- Hola Blanca, podría haberte ayudado a organizar todo esto.
Blanca palideció, ordenaba la maleta con movimientos torpes.
- Me llamó César -temblaba su voz-, ¿te acuerdas de él? Dice que en Madrid tiene muchos conciertos y cree que puede ayudarme con la exposición, ha encontrado una galería.
- Me alegro por ti, entonces.
Arturo siguió clavado de pie en el parqué del salón que había dejado de ser un estudio. La maleta estaba lista, pero Blanca colocaba y recolocaba la misma ropa en ella.
- Me está esperando abajo -dijo con la mirada desviada-, creo… que me voy.
- Como quieras, buen viaje.
Se volvió y el violín dejó de sonar.

Arturo salió del portal, el supuesto César Guerrero era una sombra en la esquina derecha del edificio; al percatarse, clavó en la espalda de Arturo la mirada. Arturo la sintió en la médula hasta que dobló la esquina izquierda. Esa mirada no quemó tanto como los dedos; sin duda, eran las manos de un pianista.

Arturo prefería no contarlo, pero Blanca se había marchado y eso no podía ocultarlo a su amigo Dani: “¿Cómo te ha podido hacer eso? ¡Increíble! No tengo palabras. ¿Por qué no le dijiste nada?”. A lo que Arturo respondía: “Quiso irse, no me importa”.
Obviamente, a Arturo sí le importaba. En otro tiempo, habría hablado, habría intentado que Blanca no se marchara, que mirase el presente. Pero ya lo había hecho en el pasado y se prometió no volver a hacerlo. Aún más si se trataba de Blanca: una mujer que vivía en el pasado, en una relación que no la llevaba a ningún sitio. Arturo volvió a tocar Chopin.

Meses más tarde, para su sorpresa, Arturo recibió una señal de Blanca: una llamada perdida. Estuvo unos minutos pensando lo que podría significar, pero no la llamó. En un futuro muy próximo, Arturo se arrepintió de no haber respondido esa llamada.

Muchos años más tarde, cuando Arturo se convirtió en uno de los mejores pianistas y compositores de la historia de la música, se encontraron en un sótano madrileño una serie de cuadros. Uno de ellos (un pianista tocando apasionadamente en un centro comercial) lo reconoció enseguida un historiador del arte y supo que se trataba de Arturo. El cuadro se subastó, lo adquirió un coleccionista inglés por cincuenta mil euros.

sábado, mayo 13, 2006

Apolíneo-Dionisiaco

(Desvaríos noctambulares)

En la intimidad...
Apolo se quita su corona de laurel y llora por ser como Dionisio. Dionisio deja a un lado la copa de vino y llora por ser como Apolo.

jueves, mayo 11, 2006

Día musical

(Desvaríos noctambulares / Tinta fresca)

Hoy escribo sobre músicos desconocidos, sobre todo de cantautores, pero no de cantautores mudos, sino de los otros, los de verdad.


Todo vino hace tiempo a partir de una frase que leí de Vicente Amigo en una entrevista, decía algo así: componer es una experiencia maravillosa, pero tocar es lo que te mantiene vivo. Al leer esto supe que tenía que volver a tocar en un escenario, con un público, ponerme a prueba a pesar de un posible fracaso. Necesitaba salir de cierto estancamiento. Un amigo me animó, por eso decidí apuntarme al Mayo musical, un acto de conciertos interpretado por alumnos. Finalmente no me apunté: me pasé un par de veces por la tutoría de la profesora que lo organizaba y no se produjo ningún encuentro. Pasaron los días y el dudoso entusiasmo disminuyó.

Es la semana cultural en la Universidad de Málaga, sin darme cuenta acaba de pasar el día 10 entre la temprana noche y se ha celebrado eso del Mayo musical. Cuando llegué era demasiado tarde: quedaba una actuación. Mi amigo ya había tocado y cuando me lo encontré discutimos como colegas: “¿Por qué no me has avisado que empezaba por la mañana… (taco)?”, “¡Si no me dijiste que ibas a venir!”, “¿Cómo que no te lo dije… (gran taco)?". La chica que quedaba era una cantautora que interpretó dos canciones, una de ellas a modo de salsa, estaban bastante bien, pero lo mejor fue la gran banda que se trajo consigo: flauta travesera, cello, timbales, bajo, coro y piano. Qué envidia… y el nivel era alto.

Después de aquello tenía otra cita: en mi facultad se celebraba el II Festival de Guitarra y Voz. Pero antes hubo un concierto de flauta travesera y cello, el dúo Desde el umbral. No fue un concierto tópico, ya que la filosofía del principal responsable del dúo es combinar poesía con música. El flautista era uno de los profesores de la facultad: Salvador Santana, y autor de la mayoría de los poemas, que tenían un sentido animista (quería decir algo así como que pertenecemos a todo y la importancia de la coparticipación). Estuvo bastante bien, pero sin duda lo mejor fue la interpretación limpia de la celista Julia Sein: ese Preludio de la suite nº 1 de Bach, ese My favourite things

Más tarde comenzó el Festival de Guitarra y Voz. Subieron al escenario siete cantautores (algunos se consideraban como tales y otros no). Unos destacaron más, otros menos. Aun así, el espectáculo contó con cierta variedad: desde canciones más sencillas hasta otras que sorprendían con ciertos acordes atractivos, interesantes letras o atrayentes ritmos. Algunas de las canciones que más llamaron la atención: los llamativos compases y el timbre seco de un chico que cantaba en inglés, el canto de una chica que revelaba un miedo sentimental, una canción al pueblo de Palestina o una carta de amor al revés. Por último llegaron las dos últimas estrellas: el colega Juanma Medina (Hans Levirsson), acompañado del punteo oportuno del compañero Guillermo (¡hasta una mandolina!); y finalmente la bella de la dulce voz: Gema Cuéllar. Para redondear, el amigo Dani Ortiz presentó el evento con su perfecta locución y su sentido del humor.

Tanta música se transformó finalmente en nostalgia en ese 10 de mayo. Las primeras palabras de este escrito manifestaban mi intención de haber participado musicalmente; aunque no lo hice, recuerdo que hace justamente un año sí toqué más allá de mi intimidad. No fue un concierto, ni casi una audición, fueron notas en directo que volaron sobre el aire en una red. Una breve interpretación dedicada. Me hubiese gustado mucho repetirlo.


lunes, mayo 08, 2006

Hamlet bailando Satie

(Desvaríos noctambulares)

No voy casi nunca al teatro, por eso esperaba con entusiasmo la función de anoche, nada más y nada menos que Hamlet.
El tren me llevó hasta el centro. Me gusta ir en tren porque la selección musical es muy buena, suelen poner piezas clásicas, temas de películas o jazz. De sus tres vagones, el central no tiene música, elijo el último. Había mucha gente joven, algunos disfrazados, entonces recordé que en un pueblo cercano se celebraba un salón del cómic, me hubiese gustado pasarme a verlo. Un par de chicas iban disfrazadas de personajes que reconocía; en los chicos no me fijé mucho. Pasé al último vagón, Gymnopedie nº 1 de Satie sonó, su piano parece etéreo, cuando comienza la melodía no sé si me resulta alegre o triste, pero cuando cambia el tema y termina sí que me parece doliente.

Llegué al Teatro Cervantes y fui con mis compañeros al paraíso (el aforo más alejado y más barato). Para ver una obra de teatro en el Cervantes no recomiendo el paraíso, porque cuando los actores hablan bajo apenas se les escucha. Y por si fuera poco, al estar en plazas de tablones de madera incómodas se oían crujidos al mínimo movimiento de culos inquietos. Menos mal que releí la obra antes y la seguí sin problemas. Estuvo muy bien, se trataba de una adaptación contemporánea de Lluís Pasqual, fiel al texto de Shakespeare casi en su totalidad, sólo algunas frases variadas acordes a su referencia moderna. ¡El reparto genial! Hamlet era Eduard Fernández y la reina Marisa Paredes. Al principio, el tono de voz tan marcado de Eduard no convencía, pero en su desarrollo a la locura lo volvía brillante. Esa parte es genial, menudas risotadas antes de la tragedia. Me fijé en cómo se hizo un silencio sepulcral cuando comenzó el monólogo de “ser o no ser”… A lo largo de la obra hubo pequeños cambios y se suprimieron frases y algunos detalles, esperaba el momento en el que Hamlet le reprochaba con astucia a Ofelia aquello de “tan breve como el amor de una dama”, pero en esta adaptación Ofelia no está presente durante la representación de los cómicos.

Tras el contundente final y los aplausos de los asistentes, el saludo de los actores, retorno de estos a su público, más aplausos, repiten saludo los intérpretes, salen, vuelta al escenario… todos nos fuimos.
Salí emocionado, la locura de Hamlet me contagió y mi cuerpo bullía y me animaba a hacer y a decir cosas que de otro modo no conseguiría con mi estado normal (que tampoco suele ser totalmente cuerdo).

Ahora vuelvo a escuchar Satie, y el Gymnopedie nº 1 vuelve a flotar con mi mente por el estudio como el humo de un cigarro. Por supuesto (por suerte o por desgracia), el arrebato hamletiano se disipó.
Hacerse el loco trajo finalmente malas consecuencias a Hamlet, pero hay que considerar que el príncipe de Dinamarca no fue, para nada (y en términos de este estudio), como un cantautor mudo.
Ser o no ser, locura o mudez. ¿Cuál es el término medio y cuál es la actitud acertada? He ahí mi dilema.


Fotografía: Eduard Fernández (Hamlet) y Marisa Paredes (reina Gertrudis).

sábado, mayo 06, 2006

Humanidad selectiva

(Tinta fresca)
El jueves 4 de mayo se conoció la sentencia: miles de personas pidieron a voces la pena de muerte para Zacarias Moussaoui, pero la sentencia fue seis cadenas perpetuas sin la posibilidad de libertad condicional. Moussaoui alabó a Bin Laden tras conocer su futuro y exclamó que él había ganado, que EE.UU había perdido. La juez Leonie Brinkena repuso que todo el mundo en la sala salvo él saldrá y verá el sol, que estaba claro quién había ganado. El reo volvió a clamar su vitoria, que nunca cogerán a Bin Laden y la juez remachó que se pudrirá en la cárcel. El francés de origen marroquí se encontraba en prisión aquel 11 de septiembre, pero por lo visto está probado que fue parte de la organización y que podía haber evitado el atentado si hubiese revelado al FBI el plan cuando fue interrogado antes del fatídico día.
Algunos familiares de las víctimas prestaron su testimonio en el juicio. Una de ellas fue Lisa Dolan, esposa del fallecido Bob en el ataque del Pentágono. “Todavía queda el día del juicio final”, dijo ella, al parecer, conteniendo la emoción. Moussaoui contestó: “Dice que destrocé una vida y que perdió a su marido. Quizá algún día pueda reflexionar sobre cuántas vidas ha destruido la CIA. Son hipócritas. Su humanidad es selectiva. Sólo sufren ustedes”.
Moussaoui en eso tuvo toda la razón, y no denuncio sólo la política imperialista del pueblo estadounidense, pienso en cualquier rincón del mundo. La humanidad completa es escasa.

viernes, mayo 05, 2006

Estancado en el devenir

(Desvaríos noctambulares)

En los últimos meses del pasado año, cambiar las sábanas de verano por las de invierno me desanimó.
Ahora las sábanas de invierno son reemplazadas por las de verano. El tiempo en su devenir me empujó y volvió a desanimarme.

lunes, mayo 01, 2006

Cowboy de medianoche: el sabor de la fresa

(Relatos bajo el flexo)

Sandra, sentada al borde de la cama con las piernas cruzadas seguía a Alex con la mirada, que reparaba en la iluminación de la habitación.
- Hay que cuidar cada cosa, lo más nimio, cada pequeño detalle puede multiplicar el placer por diez. Creo que todo está listo, ¿estás a gusto?
La chica afirma con la cabeza. Alex se quita la camiseta.
- ¿De verdad?
Repite el gesto.
- Entonces, ¿nunca has estado con un hombre?
Sandra mira al techo y niega.
- ¿Fueron tus amigas las que te animaron a bailar conmigo?
Sandra asiente, desde que Alex se quitó la camiseta no quita ojo de su costado.
- Me gusta cómo bailas. Coordinas muy bien tu cuerpo, hay cadencia en tus movimientos. ¿Estás mirando mi tatuaje? ¿Te gusta? Supongo que te preguntarás porqué tengo una tortuga en el costado.
Sandra mueve la cabeza con interés.
- Es por el ritmo de las tortugas. Caminan lentamente porque les gusta recrearse en el paisaje. Ésa es mi filosofía. La sociedad del siglo XXI se caracteriza por la comida rápida, el espectáculo basura y el sexo en cinco minutos. Hay que recrearse en esto último; no estoy diciendo que haya que acostarse con lentitud, el ritmo rápido es también importante, pero con los movimientos pacíficos de una tortuga. ¿Entiendes? Fíjate después en esto.
Sandra, muy atenta a Alex, asiente. La chica señala la tortuga y forma ante Alex con sus dedos un punto, luego se señala el tobillo.
- ¿Cómo? ¿Tú también tienes un tatuaje?
Sandra mueve el dedo índice indicándole que no, señala la luna que se ve tras la ventana.
- Ya sé, tienes un lunar en el tobillo.
Sandra sonríe orgullosa.
- Muy bien, ahora lo investigaré. Bueno Sandra, ¿empezamos?
Sandra mira al suelo.
- ¿Te sientes incómoda?
La chica niega rápidamente con la cabeza, su melena cae alborotada por su frente. Cruza los brazos y se quita la camiseta, se descubre un sujetador de margaritas. Alex se acerca a ella, la palpa.
- Estás muy rígida… Ya sé, quizás piensas que he estado con muchas mujeres, pero no te creas. Mira, esta cicatriz me la hizo precisamente una fémina de 29 la semana pasada. Era demasiado fogosa y le gustaba pasar mi piel por su colmillo, y claro… Quiero decir que hay mujeres más impulsivas que otras, así que no te preocupes. Intentaré tranquilizarte acariciando tus zonas erógenas, ¿vale? ¿Tienes alguna en especial?
Sandra se encoge de hombros.
- Vale, déjame buscar -Alex, con sus dedos pulgar e índice empieza a cosquillear por el cuerpo de Sandra-. Toda mujer tiene un punto, aparte de los clásicos, que le excita mágicamente. A unas la oreja, a otras la espalda, el talón, el ombligo… ¿Sientes algo?
Sandra, inmóvil, sigue con sus ojos los dedos de Alex… al colocarse estos en la nariz, Sandra tiembla.
- Hay algo especial que encuentro en el cuerpo de cada mujer. No pienses que es una treta para conquistarlas, es totalmente cierto. En tu caso es la nariz, es increíble: es pequeña y súper cartilaginosa… puedo moverla totalmente, qué curioso. ¿Te hace cosquillas?
Sandra asiente temblequeando.
- Eso es bueno. Mira, podría tocar tu nariz roma toda la noche, es muy agradable.
Sandra estornuda.
- Oh, perdona. ¿Has visto Acordes y desacuerdos? Me he acordado porque en esa película Sean Penn liga con una chica muda y al final de la cita acaban en su dormitorio. Es muy curioso, ¿eh? Pero la chica estaba sexualmente más activa.
Sandra arquea las cejas.
- No, no… cada uno a su ritmo, es natural. ¿De verdad estás segura?
Sandra asiente con rapidez y se quita los pantalones, se descubre la braguita conjuntada con las margaritas del sujetador.
- Empezaremos jugando con los preliminares, ¿de acuerdo? Los juegos preliminares son de vital importancia. El 12% de las mujeres llega al orgasmo sólo por la penetración, para el hombre es un duro ejercicio aguantar hasta el final que ellas dictan. Este hecho manifiesta la importancia de los juegos preliminares, la imaginación es vital, muy pocos hombres son unos amantes completos, ¿sabes? Y eso es porque lo basan todo en su parte.
Sandra suelta una risita.
- La imaginación es el secreto. Dulce sonrisa, te veo más relajada. ¿Te gustan las fresas con nata? Podríamos empezar con este postre.
Alex toma el bol de las fresas. Sandra abre la boca del entusiasmo, una montaña de fresas exquisitas se graba en los ojos redondos acaramelados.
- Te has concentrado demasiado en las fresas, ¿tienes hambre?
Sandra asiente mordiéndose el labio inferior, coge dos fresas y se las lleva a la boca.
- ¿No has cenado?
Sandra niega mientras mastica.
- Bueno, el apetito de estómago urge más que el apetito carnal. Cómetelas, tenemos toda la noche.
Alex se tiende en la cama mientras Sandra devora con sumo gusto las fresas.
- Si cuando calmes tu apetito quedan unas cuantas, podríamos jugar con ellas, ya verás lo exquisito que es mezclar sabores.
Sandra asiente con la boca llena.
- Se ve que te gustan. Te tengo que dar mi tarjeta. Mis amantes me llaman cowboy de medianoche, es lo que pone. Hay una película que se llama así. ¿Te gusta la música? Tengo una armónica.
Alex saca la armónica de su pantalón y sopla unas notas. Sandra observa su interpretación intercalando con las fresas.
- Ya sabes que he tenido varias amantes. Pero si te digo la verdad, ninguna ha tenido jamás un detalle que me habría encantado. Es una tontería: que me lleven el desayuno a la cama. Mi hermana me lo llevaba cuando era pequeño, un desayuno con dos huevos recién fritos, una magdalena esponjosa y un vaso de leche bien caliente. Me encantaba.
Sandra lo mira de reojo, medio bol de fresas está vacío.
- Ese detalle sería genial. Oye, todavía no hemos hecho nada, ¿pero te lo estás pasando bien?
Sandra responde con su movimiento de cabeza.
- Estupendo, yo pienso antes en el placer ajeno. Siento que mi misión ha sido un éxito si vosotras lo habéis disfrutado al máximo. Si no, no estoy conforme -Alex bosteza…-. No sabes qué duro ha sido el trabajo hoy, menos mal que mañana es fiesta, bendito día de los trabajadores. Y unos huevos fritos…
Alex manoseaba la armónica con los ojos entrecerrados, el blando crujir de las fresas en la boca lo relajaba.
Cuando Sandra apuró todas las fresas, Alex se había quedado dormido.

Cuando Alex despertó la mañana siguiente, Sandra se había marchado. En la mesita de noche dejó un plato con dos huevos recién fritos, una magdalena muy esponjosa y un vaso de leche bien caliente.

Imagen: La habitación de Vincent en Arles, Van Gogh. 1889.

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