Música vagabunda
(Desvaríos noctambulares)
Posiblemente la música sea lo que más viaja en el mundo, puede que hasta más que la imaginación, a través de ondas, discos o instrumentos que vienen y van. La música viaja también a pie, son las obras que suenan en la calle: la música de vagabundos, de bohemios rechazados, de concertistas sin escenario, de esos musicuchos de cuatro perras... captan poderosamente mi atención y no vuelvo la cabeza hasta que tomo una nueva calle. He asistido a conciertos inolvidables en conservatorios y auditorios, no a muchos en verdad, pero he contemplado y me he maravillado con música en vivo, con partituras imperecederas de maestros. Sin embargo, una vez tuve una experiencia musical que una sala de conciertos jamás me habría dado.
Julio del año pasado, en pleno centro. El final de un encuentro que había alterado mis emociones. Me dirigía a pie a la estación. En una de las calles, a mis oídos llegaron unas notas que pronto reconocí: la bellísima Meditación de Thais de Jules Massenet. Un hombre de mediana edad, tez morena, latinoamericano (posiblemente colombiano) interpretaba la melodía con un clarinete, a su lado un amplificador rajado donde sonaba el acompañamiento orquestal. Me detuve a un lado, el músico me vio y sonrió con la mirada. Permanecí ahí, escuchando las notas cascadas de esa interpretación humilde y tranquila ajena a la calle incesante. El intérprete me preguntó algo con un simple gesto, pero mi torpeza no entendió el significado de sus señas, que causó que aquel hombre interrumpiera la ejecución: me preguntó si tocaba también un instrumento. "El piano", le respondí con palabras y manos. Otro gesto más del hombre, “una obra muy bonita”, dije. Volvió con la obra y siguió tocando acompañado de su cochambrosa orquesta hasta el final de la pieza.
Aquel Meditación de Thais callejero no sería comparable ni de lejos a un Meditación de Thais pulcro y limpio de un concierto de la Filarmónica de Londres, pero qué demonios: esa audición me caló como nunca me había calado antes, tanto me rasgó y significó en ese preciso momento. Y entonces descubrí algo que en verdad sabía: la existencia de una belleza ajena a la pulcritud de la interpretación, de los instrumentos y de la calidad de la obra. Una belleza que no está precisamente en el instrumento musical.
Eché unas monedas al músico, que me lo agradeció gentilmente con otro gesto, y me fui.
Posiblemente la música sea lo que más viaja en el mundo, puede que hasta más que la imaginación, a través de ondas, discos o instrumentos que vienen y van. La música viaja también a pie, son las obras que suenan en la calle: la música de vagabundos, de bohemios rechazados, de concertistas sin escenario, de esos musicuchos de cuatro perras... captan poderosamente mi atención y no vuelvo la cabeza hasta que tomo una nueva calle. He asistido a conciertos inolvidables en conservatorios y auditorios, no a muchos en verdad, pero he contemplado y me he maravillado con música en vivo, con partituras imperecederas de maestros. Sin embargo, una vez tuve una experiencia musical que una sala de conciertos jamás me habría dado.
Julio del año pasado, en pleno centro. El final de un encuentro que había alterado mis emociones. Me dirigía a pie a la estación. En una de las calles, a mis oídos llegaron unas notas que pronto reconocí: la bellísima Meditación de Thais de Jules Massenet. Un hombre de mediana edad, tez morena, latinoamericano (posiblemente colombiano) interpretaba la melodía con un clarinete, a su lado un amplificador rajado donde sonaba el acompañamiento orquestal. Me detuve a un lado, el músico me vio y sonrió con la mirada. Permanecí ahí, escuchando las notas cascadas de esa interpretación humilde y tranquila ajena a la calle incesante. El intérprete me preguntó algo con un simple gesto, pero mi torpeza no entendió el significado de sus señas, que causó que aquel hombre interrumpiera la ejecución: me preguntó si tocaba también un instrumento. "El piano", le respondí con palabras y manos. Otro gesto más del hombre, “una obra muy bonita”, dije. Volvió con la obra y siguió tocando acompañado de su cochambrosa orquesta hasta el final de la pieza.
Aquel Meditación de Thais callejero no sería comparable ni de lejos a un Meditación de Thais pulcro y limpio de un concierto de la Filarmónica de Londres, pero qué demonios: esa audición me caló como nunca me había calado antes, tanto me rasgó y significó en ese preciso momento. Y entonces descubrí algo que en verdad sabía: la existencia de una belleza ajena a la pulcritud de la interpretación, de los instrumentos y de la calidad de la obra. Una belleza que no está precisamente en el instrumento musical.
Eché unas monedas al músico, que me lo agradeció gentilmente con otro gesto, y me fui.
Fotografía: Violín para ser arrastrado por la calle, Peter Moore.
10 Comments:
Otro recuerdo: paseábamos una amiga y yo por las calles de Málaga y escuchamos una melodía preciosa (no sabría decir cuál, yo no entiendo tanto de música), pero el caso es que nos pusimos a bailar. Al principio la gente echaba un rápido vistazo y seguía su camino, algunos se rieron y pararon y, pasado un rato, unos pocos se unieron mientras un jaleo de gente daba palmas. No olvidaré el gesto del músico, invitándonos a hacer un descanso y sentarnos con él. Al final acabamos tomándonos una cerveza mientras me contaba historias de Cali, la ciudad de mi madre.
Para mí lo mágico de la música en la calle es que puedes participar realmente de ella si quieres. No existe la barrera que separa en los conciertos. Pero andamos con demasiada prisa para apreciarla...
preciosa foto!
Sabejal: ¡Qué anécdota tan curiosa! Desde luego hay que tener salero y arte para detenerse en medio de la calle y bailar. ¡Ole señorita!
Es cierto, muy rara vez se franquea la barrera que citas en un concierto, la música de la calle es más interactiva... ¡si la gente le echa gracia com tú!
Un saludo bailarín.
...
Tiendo a relacionar el acordeón con esta "música de calle", será que sólo lo escucho cuando lo tocan transeúntes, y me encanta.
Pero, aunque la gente no se pare, como dice Sabejal, quien más quién menos... casi todo el mundo examina si toca bien o mal, no creo que pasen tan desapercibidos. Hacen del lugar más público el rincón más íntimo.
Bonito post y bonita foto
¡UUUUAAAA! Se de lo que hablas, en los últimos meses me ha ocurrido dos veces. La primera en una plaza de Valencia. Un músico entre las mesas, cantando una cancion, más que una canción una sátira graciosísima acompañado de una guitarra gastada, simplemente genial.
La segunda en el Trocadero en París, unos africanos tocando tambores, me puse a tocar con ellos. Como dices, estos músicos no tendrán la calidad de una orquesta pero tienen alqo quizá más importante: Sentimiento. Sienten la música.
Abrazo
Edu
Los artistas callejeros son especiales. Te imaginas su vida, cómo han aprendido su arte, qué sienten cuando la gente pasa de largo...
De pequeña vi una plaza en París donde se reunen docenas de pintores con sus caballetes, sus pinceles, sus paletas y sus cuadros. En Madrid también puedes verlos en la Plaza Mayor, los vi en Florencia. Te entiendo porque debe ser una sensación parecida, no se puede comparar con visitar un museo, es distinto, pero tampoco se olvida nunca.
El acordeón con la calle... sí Koala, se encuentran a menudo. Hoy por ejemplo escuché a uno en la entrada del cine Albéniz. Yo relaciono el acordeón con Steve Urkel.
Terminus, se nota que te encantó. Buf, vaya viajecito existe. Así que les ibas a quitar el puesto en París...
Sí, el sentimiento es muy importante, sin él no hay una buena y completa interpretación. Aunque yo me refería concretamente a algo encerrado en el oyente...
Ala, tú también Fiorecilla. ¡Si casi has visto a todos los músicos callejeros del mundo!
Reflejos: a mí me impacta mucho la dedicación de estas personas, se pueden tirar días enteros en un lugar tocando y tocando, ganándose así la vida. Y no sólo músicos, cualquier otra persona de calle.
Bienvenida. Encantado yo, siéntete cómoda.
Gracias por vuestros comentarios, el estudio del señor Chow se deleita con vuestros mensajes.
Saludos repartidos.
Me encanta leerte, cantautor-no-mudo. Eres de esos raros casos (ya casi en extinción) que con solo colocar una imágen, una ilustración, ya lo dices todo. Eres brillante (Y no es para que me agradezcas).
Dices que quizás no es conveniente para mi, familiarizarme con tus expresiones; yo no sé si es conveniente. La conveniencia es algo muy relativo. Yo no se nada. Entiendes?. Nada. Literalmente.
Felicitaciones por toso lo que compartes con tus lectores.
Un abrazo.
muy cierto...
todo el arte recorre el mundo para hacernos feliz :)
No, no te daré las gracias Insanity, porque sería una respuesta demasiado fácil para tus palabras.
Familiarizarse con algo y ser conveniente o no, es, como bien aclaras en la conclusión no aclarada: relativo.
Hay un problema al familiarizarse con algo o alguien que agrada, y es que se puede caer en la decepción. Yo, intentaré con todas las palabras de este estudio (que no sé si son muchas o pocas) que eso no ocurra.
¡Y yo también me he familarizado contigo! Cuando respondía ayer los comentarios me decía: "¡Vaya! Me falta Insanity".
Un saludo con abrazo.
R. Me gusta que digas que el arte recorre el mundo para hacernos felices. Al principio disentí en algunos aspectos... Es subjetivo. Pero si se piensa bien, sí, el arte es un hálito y en muchas ocasiones es para hacernos más llevadero el dudoso sentido de vivir (aunque a veces pueda parecer lo contrario).
¡Bienvenida!
jaja no se si fue salero o locura transitoria, pero fuese lo que fuese nos dio la oportunidad de tener una bonita experiencia.
Y siii! el arte debería recorrernos para hacernos felices o simplemente para plantearnos ciertas cosas. Lo demás es más mecánico y sin el sentimiento que despierta un cuadro o una melodía qué seríamos! ni animales porque por lo visto la música amansa a las fieras...
Besosss!
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