Historias de piano
Capítulo V: Noche sobre blanca
El treinta y uno de diciembre Arturo no hacía nada especial. Dani y Susana lo invitaban a cenar y pasar la noche con ellos y unos amigos, mas Arturo siempre rechazaba amablemente la invitación. Prefería pasar la noche solo, la poca familia que le quedaba estaba ramificada por la distancia; y desde la separación de Lucía, no volvió a compartir plato la noche de las campanadas, al fin y al cabo, en su vida, una noche del año como otra cualquiera. De modo que descongeló algo de carne y cenó como de costumbre, con un poco de vino. Eso sí, la única especialidad por ser fin de año estribaba en la selección del vino: elegía el mejor de su pequeño anaquel. El invitado era John Coltrane.
Otra nota diferente en el treinta y uno de diciembre era que cenaba más temprano, antes de las diez. Después prefería irse a una decente fiesta a tomar las uvas, el Café Jazz solía preparar una interesante. Así fue, cuando hubo cenado, esperó a que John Coltraine terminase el tema que interpretaba y salió fuera.
La ciudad estaba casi desierta y se sentía un ligero temblor en ella, como si se preparara para el gran jolgorio que la invadiría en un par de horas. El letrero del Café Jazz adornado para la ocasión navideña le dio la bienvenida. No había demasiada gente, obviamente, la multitud vendría después de las campanadas. Los hombres enchaquetados y las féminas con elegante ropa ligera bailaban al ritmo de un movidísimo y pegadizo tema “bebop”, cuyo autor Arturo no recordaba. Reían y bebían con sombreritos de fiesta, matasuegras y esos collares de estilo hawaiano. Algunos llevaban máscaras. El pianista se abrió paso, se sentó y esperó al camarero, como no venía, su mente no tardó en irse en pensamientos… hasta que, de pronto, el volumen de la música golpeó sus oídos le hizo retornar del viaje:
- ¡Oiga! ¿Que qué quiere?
- Espere un momento, ahora vuelvo.
Arturo salió del Café Jazz y localizó una cabina de cubículo cerrado, se metió, echó unas monedas sueltas, marcó un número y esperó.
- ¿Diga? –preguntó una voz de mujer que parecía venir desde muy lejos.
- Hola Lucía.
Tras una breve pausa, la mujer habló:
- Arturo, ¿qué tal estás?
- Bien, estoy bien, ¿y tú?
- Muy bien. La verdad es que sabía que hoy llamarías.
- ¿En serio?
- Cada fin de año me llamas, siempre este día, ¿no te diste cuenta?
- Sí… -reparó.
- Al menos, parece que esta vez no estás borracho.
- No, no lo estoy, no te diré ninguna barbaridad. Quizás esta vez no te importe mi llamada.
- No digas eso, Arturo. Me gusta saber de ti, pero me resultan muy amargas tus contestaciones.
Arturo apoyó la frente en el cristal.
- ¿Ya nació el crío? –preguntó.
- Sí, es niña.
- ¿Cómo se llama?
- Estrella. Si quieres, un día podrías pasarte por aquí. Me gustaría charlar contigo, te presentaría a Manuel.
- Vale, ya te llamaré.
- No, creo que no me llamarás hasta nochevieja del año que viene.
- Ya mismo es año nuevo, quién sabe lo que puede pasar.
Silencio, tras el cristal de la cabina se filtraba un ligero eco del jaleo de los bares circundantes.
- Esto se corta ya, un beso Lucía, otro para Estrella.
Arturo colgó sin esperar respuesta.
El Café Jazz parecía más abrumador que antes, el “bebop” seguía moviendo masas. Arturo se sentó en la butaca de antes, que continuaba libre. Esperó de nuevo al camarero. Al rato sintió que alguien le observaba… a su izquierda, una mujer vestida de negro y con una elegante máscara blanca puntiaguda le sonreía: un ojo derecho lo escudriñaba a través del agujerito de la máscara; la parte izquierda estaba oculta tras un mechón de pelo rubio.
- El pianista de nombre oculto… -dijo con picardía la mujer.
- Mira quién habla –sonrió-: la mujer de ojo y nombre ocultos. ¿Cómo estás?
- Bien. Tenía la corazonada de que tarde o temprano nos encontraríamos. ¿Cómo va el piano?
- Va bien, se echa de menos porque él no puede salir de copas.
- ¿Pasas la nochevieja solo?
En ese instante, Arturo reparó que el móvil vibraba en el bolsillo de su gabardina. Lo sacó, pero la llamada ya cedió. Era un número que desconocía, su teléfono no lo tenía memorizado.
- Creo que voy a tener que salir.
- Vaya, debes atender a otra mujer, ¿verdad?
- ¿Por qué tienes esa concepción de mí? Me resulta cómico.
- Si no vuelves a entrar será que tengo razón…
- Si no vuelvo a entrar puede que sea por otro motivo –añadió Arturo sonriendo.
- Ya me contarías entonces, en el próximo encuentro, lástima que éste haya sido tan breve.
- Aún no he salido, puede que vuelva a entrar.
La mujer del mechón largo inclinó la cabeza y se despidió de él con un brío exótico. Arturo salió de nuevo del Café Jazz y llamó al número anterior.
- ¿Arturo? -preguntó una débil voz.
- ¿Hola?
- Soy Blanca. ¿Me recuerdas?
- Claro que te recuerdo, todavía sigo sin poder tocar Chopin –bromeó.
- Solamente quería felicitarte el año… ¿estás solo en el centro?
- Gracias. Estoy solo y en el centro.
Una respiración larga se escapaba por el auricular.
- Quizás te apetezca tomar una copa –se atrevió a decir Blanca-. ¿Quieres venir?
- Me encantaría.
- Mi portal está cerca, al lado del concesionario del parque. El sexto C.
- De acuerdo, voy para allá.
Miró hacia el Café Jazz, no le agradaba abandonar a la mujer rubia del mechón sobre el ojo, y más aún si finalmente estaba en lo cierto. Pero algo le decía que debía aceptar la invitación de Blanca.
Reconoció el portal justo al lado del concesionario del parque y tocó el portero electrónico. Enseguida se accionó la puerta. El portal era uno de los más nuevos de la zona, Arturo subió al ascensor y llegó a la sexta planta. Blanca lo recibió con un jersey rosa de cuello largo:
- Pasa, por favor.
- Gracias por invitarme y lo siento, no he podido traer nada.
- No digas eso, ven al salón.
La calefacción del piso estaba muy alta. Blanca condujo al pianista por el pasillo de entrada al amplio salón, o más bien al amplio estudio: aquello parecía la sala de trabajo de un pintor, o más bien, lo era.
- Ahora recuerdo que eres pintora.
- Sí, aquí trabajo, está todo un poco desordenado.
- Mientras sea el caos ordenado de los artistas, no hay problema.
- ¿Quieres tomar algo? –ofreció Blanca.
- Lo que tengas.
Mientras Blanca iba a la cocina, Arturo establecía en sus ojos un orden de atención ante la multitud de lienzos que se agolpaban por el salón. Habría perfectamente unos cuarenta cuadros, terminados o no. Blanca volvió con una botella de vino y un par de copas.
- Para despedir el año, es mucho más elegante emborracharse con vino que con whisky –bromeó Arturo al coger la copa.
- Supongo que sí –respondió tímidamente la anfitriona.
- ¿Me vas a hacer una guía turística por tu galería?
- De acuerdo –aceptó Blanca con una sonrisa.
Blanca enseñó a Arturo sus obras, le explicaba sus intenciones en cada cuadro y su técnica, que era más bien impresionista. En este encuentro, Blanca, comparada con la primera conversación que tuvieron en el centro comercial, se mostraba menos introvertida. Los cuadros solían retratar mujeres desnudas en distintas poses, algunas con cierto erotismo; otras eran vistas de la naturaleza; y la gran mayoría eran de un pianista tocando, siempre el mismo pianista. A Arturo, los cuadros de Blanca le parecieron muy expresivos, con una técnica depurada. El último cuadro que le enseñó estaba inacabado: sobre unas manchas se mostraba un piano en el centro de la composición. Arturo reconoció el escenario:
- Es el centro comercial.
- Sí, iba a pintarte. ¿No te importa?
- Claro que no –reconoció Arturo abiertamente-, me halaga mucho.
- Pronto lo acabaré. ¡Ya casi son las doce! Tenemos que prepararnos.
Los dos se sentaron frente al televisor, que mostraba el reloj apunto de dar las campanadas. Desde que dejaron de hablar de cuadros, Blanca enmudeció, parecía envuelta en pensamientos, su rostro se volvió aún más pálido.
- ¿Estás bien? –se atrevió a preguntar Arturo.
- Pensarás: vaya mujer que me ha invitado a su casa sin apenas conocerla –pronunció con voz átona.
- Yo no pienso eso.
Durante un rato, sólo se escuchaba el televisor.
- Me sentía muy sola –dijo con voz frágil.
Arturo la miró detenidamente: Blanca comenzó a sollozar, y la primera lágrima cayó con la primera campanada. Blanca lloraba silenciosamente, sus manos temblaban. Arturo la acompañaba en silencio mientras ella derramaba lágrimas por campanadas. El nuevo año llegó de improviso y los fuegos artificiales estallaron fuera.
Otra nota diferente en el treinta y uno de diciembre era que cenaba más temprano, antes de las diez. Después prefería irse a una decente fiesta a tomar las uvas, el Café Jazz solía preparar una interesante. Así fue, cuando hubo cenado, esperó a que John Coltraine terminase el tema que interpretaba y salió fuera.
La ciudad estaba casi desierta y se sentía un ligero temblor en ella, como si se preparara para el gran jolgorio que la invadiría en un par de horas. El letrero del Café Jazz adornado para la ocasión navideña le dio la bienvenida. No había demasiada gente, obviamente, la multitud vendría después de las campanadas. Los hombres enchaquetados y las féminas con elegante ropa ligera bailaban al ritmo de un movidísimo y pegadizo tema “bebop”, cuyo autor Arturo no recordaba. Reían y bebían con sombreritos de fiesta, matasuegras y esos collares de estilo hawaiano. Algunos llevaban máscaras. El pianista se abrió paso, se sentó y esperó al camarero, como no venía, su mente no tardó en irse en pensamientos… hasta que, de pronto, el volumen de la música golpeó sus oídos le hizo retornar del viaje:
- ¡Oiga! ¿Que qué quiere?
- Espere un momento, ahora vuelvo.
Arturo salió del Café Jazz y localizó una cabina de cubículo cerrado, se metió, echó unas monedas sueltas, marcó un número y esperó.
- ¿Diga? –preguntó una voz de mujer que parecía venir desde muy lejos.
- Hola Lucía.
Tras una breve pausa, la mujer habló:
- Arturo, ¿qué tal estás?
- Bien, estoy bien, ¿y tú?
- Muy bien. La verdad es que sabía que hoy llamarías.
- ¿En serio?
- Cada fin de año me llamas, siempre este día, ¿no te diste cuenta?
- Sí… -reparó.
- Al menos, parece que esta vez no estás borracho.
- No, no lo estoy, no te diré ninguna barbaridad. Quizás esta vez no te importe mi llamada.
- No digas eso, Arturo. Me gusta saber de ti, pero me resultan muy amargas tus contestaciones.
Arturo apoyó la frente en el cristal.
- ¿Ya nació el crío? –preguntó.
- Sí, es niña.
- ¿Cómo se llama?
- Estrella. Si quieres, un día podrías pasarte por aquí. Me gustaría charlar contigo, te presentaría a Manuel.
- Vale, ya te llamaré.
- No, creo que no me llamarás hasta nochevieja del año que viene.
- Ya mismo es año nuevo, quién sabe lo que puede pasar.
Silencio, tras el cristal de la cabina se filtraba un ligero eco del jaleo de los bares circundantes.
- Esto se corta ya, un beso Lucía, otro para Estrella.
Arturo colgó sin esperar respuesta.
El Café Jazz parecía más abrumador que antes, el “bebop” seguía moviendo masas. Arturo se sentó en la butaca de antes, que continuaba libre. Esperó de nuevo al camarero. Al rato sintió que alguien le observaba… a su izquierda, una mujer vestida de negro y con una elegante máscara blanca puntiaguda le sonreía: un ojo derecho lo escudriñaba a través del agujerito de la máscara; la parte izquierda estaba oculta tras un mechón de pelo rubio.
- El pianista de nombre oculto… -dijo con picardía la mujer.
- Mira quién habla –sonrió-: la mujer de ojo y nombre ocultos. ¿Cómo estás?
- Bien. Tenía la corazonada de que tarde o temprano nos encontraríamos. ¿Cómo va el piano?
- Va bien, se echa de menos porque él no puede salir de copas.
- ¿Pasas la nochevieja solo?
En ese instante, Arturo reparó que el móvil vibraba en el bolsillo de su gabardina. Lo sacó, pero la llamada ya cedió. Era un número que desconocía, su teléfono no lo tenía memorizado.
- Creo que voy a tener que salir.
- Vaya, debes atender a otra mujer, ¿verdad?
- ¿Por qué tienes esa concepción de mí? Me resulta cómico.
- Si no vuelves a entrar será que tengo razón…
- Si no vuelvo a entrar puede que sea por otro motivo –añadió Arturo sonriendo.
- Ya me contarías entonces, en el próximo encuentro, lástima que éste haya sido tan breve.
- Aún no he salido, puede que vuelva a entrar.
La mujer del mechón largo inclinó la cabeza y se despidió de él con un brío exótico. Arturo salió de nuevo del Café Jazz y llamó al número anterior.
- ¿Arturo? -preguntó una débil voz.
- ¿Hola?
- Soy Blanca. ¿Me recuerdas?
- Claro que te recuerdo, todavía sigo sin poder tocar Chopin –bromeó.
- Solamente quería felicitarte el año… ¿estás solo en el centro?
- Gracias. Estoy solo y en el centro.
Una respiración larga se escapaba por el auricular.
- Quizás te apetezca tomar una copa –se atrevió a decir Blanca-. ¿Quieres venir?
- Me encantaría.
- Mi portal está cerca, al lado del concesionario del parque. El sexto C.
- De acuerdo, voy para allá.
Miró hacia el Café Jazz, no le agradaba abandonar a la mujer rubia del mechón sobre el ojo, y más aún si finalmente estaba en lo cierto. Pero algo le decía que debía aceptar la invitación de Blanca.
Reconoció el portal justo al lado del concesionario del parque y tocó el portero electrónico. Enseguida se accionó la puerta. El portal era uno de los más nuevos de la zona, Arturo subió al ascensor y llegó a la sexta planta. Blanca lo recibió con un jersey rosa de cuello largo:
- Pasa, por favor.
- Gracias por invitarme y lo siento, no he podido traer nada.
- No digas eso, ven al salón.
La calefacción del piso estaba muy alta. Blanca condujo al pianista por el pasillo de entrada al amplio salón, o más bien al amplio estudio: aquello parecía la sala de trabajo de un pintor, o más bien, lo era.
- Ahora recuerdo que eres pintora.
- Sí, aquí trabajo, está todo un poco desordenado.
- Mientras sea el caos ordenado de los artistas, no hay problema.
- ¿Quieres tomar algo? –ofreció Blanca.
- Lo que tengas.
Mientras Blanca iba a la cocina, Arturo establecía en sus ojos un orden de atención ante la multitud de lienzos que se agolpaban por el salón. Habría perfectamente unos cuarenta cuadros, terminados o no. Blanca volvió con una botella de vino y un par de copas.
- Para despedir el año, es mucho más elegante emborracharse con vino que con whisky –bromeó Arturo al coger la copa.
- Supongo que sí –respondió tímidamente la anfitriona.
- ¿Me vas a hacer una guía turística por tu galería?
- De acuerdo –aceptó Blanca con una sonrisa.
Blanca enseñó a Arturo sus obras, le explicaba sus intenciones en cada cuadro y su técnica, que era más bien impresionista. En este encuentro, Blanca, comparada con la primera conversación que tuvieron en el centro comercial, se mostraba menos introvertida. Los cuadros solían retratar mujeres desnudas en distintas poses, algunas con cierto erotismo; otras eran vistas de la naturaleza; y la gran mayoría eran de un pianista tocando, siempre el mismo pianista. A Arturo, los cuadros de Blanca le parecieron muy expresivos, con una técnica depurada. El último cuadro que le enseñó estaba inacabado: sobre unas manchas se mostraba un piano en el centro de la composición. Arturo reconoció el escenario:
- Es el centro comercial.
- Sí, iba a pintarte. ¿No te importa?
- Claro que no –reconoció Arturo abiertamente-, me halaga mucho.
- Pronto lo acabaré. ¡Ya casi son las doce! Tenemos que prepararnos.
Los dos se sentaron frente al televisor, que mostraba el reloj apunto de dar las campanadas. Desde que dejaron de hablar de cuadros, Blanca enmudeció, parecía envuelta en pensamientos, su rostro se volvió aún más pálido.
- ¿Estás bien? –se atrevió a preguntar Arturo.
- Pensarás: vaya mujer que me ha invitado a su casa sin apenas conocerla –pronunció con voz átona.
- Yo no pienso eso.
Durante un rato, sólo se escuchaba el televisor.
- Me sentía muy sola –dijo con voz frágil.
Arturo la miró detenidamente: Blanca comenzó a sollozar, y la primera lágrima cayó con la primera campanada. Blanca lloraba silenciosamente, sus manos temblaban. Arturo la acompañaba en silencio mientras ella derramaba lágrimas por campanadas. El nuevo año llegó de improviso y los fuegos artificiales estallaron fuera.
El pianista se levantó y le secó las lágrimas con sus manos. Para calmarla, sólo se le ocurrió besarla. Ella también le besó y se abalanzó en un candoroso abrazo, Arturo la desnudó con ternura y descubrió que se llamaba Blanca porque su piel era tan blanquecina e inmaculada como la nieve, un cuerpo nevado; y como la nieve, Blanca parecía derrumbarse de un momento a otro, por eso Arturo la abrazaba firmemente. La noche se tiñó de blanco.
10 Comments:
..."la primera lágrima cayó con la primera campanada...parecía derrumbarse de un momento a otro...la abrazaba firmemente. La noche se tiñó de blanco."
Después de leer este texto, solo me resta este silencio y felicitarte.
I.
Pero entre tantas la que duele es Lucía ¿verdad?
quiero decir... si fuera el libro que yo estuviera leyendo... yo querría que la que doliera fuera Lucía.
Carlos, Señor Chow, me dejas muda, ahora ya sé de qué va el título de tu blog :)
Te iba a proponer hacerle una ilustración, apetece dibujar ese salón con cuadros, pero mejor no. Al relato no le falta nada.
Insanity, ya no sé cómo darte las gracias por tus palabras, por tus cálidas visitas. De verdad, ¡no sé cómo decirlo!
Pues sí, Nepomuk, la que más duele es Lucía. Con ella Arturo tuvo su relación más intensa y duradera, pero la convivencia tornó en fracaso. Por eso, cuando Arturo piensa demasiado acaba por perderse por su incapacidad de mantener a Lucía. Es que Arturo es así, piensa demasiado. Pero esa es otra historia que quizás se cuente en otro momento…
¿Así relacionas el título del blog? Qué detalle encantador… Aun así, no te quedes mudita, Fiorecilla.
Pues referencias al título de este blog vas a encontrar muchas en estos escritos. Sí, reconozco que estoy obsesionado con la incapacidad de comunicarse, de no saber expresarse, de no poder hablar… esa extraña mudez que ahoga.
¡Oh! ¿Te entraron ganas de pintar el salón de Blanca? Por favor, pinta lo que tú quieras, qué ilusión. Me sacas los colores...
No tienes que proponerme nada, dibuja lo que quieras, siempre y cuando te apetezca.
Saludos nocturnos.
no puedo esperar hasta el proximo capitulo de mi culebron favorito ;)
Siempre que leo o escucho algo con atención, adopto la misma pose: piernas cruzadas, codo apoyado sujetando la barbilla y ojos entrecerrados, como si entre las pestañas perdiera menos detalle.
Me deberían hacer una foto mientras leo estos capítulos.
Venga florecilla, anímate a hacer alguna ilustración. pero la portada es miaaa! :P
Un beso
Entre blanca y Blanca, lo que puedo percibir a través de tus textos es una sensibilidad impresionante.
Mis saludos y respetos.
Gracias.
Gracias a ti, por tanto.
Un abrazo.
pues no se que decir... lo cierto es que escribes tan bien que mientras leo da la sensacion de que estoy en esa misma habitacion admirando los cuadros , mirandolos a los dos como se abrazan como una voyeur...
ponme una copa de vino.
Publicar un comentario
<< Página principal