martes, febrero 20, 2007

El joven bien temperado

(Relatos bajo el flexo)

En 1792 hubo en Alemania un joven noble que padecía de insomnio. Todas las noches, ya fuesen largas, cortas, lluviosas, frías o calurosas, el joven señorito siempre las pasaba en vela en su solitaria mansión. Posiblemente sufriera un extraño mal, una pena interna que le mantenía siempre despierto, su dolor era abstracto, impreciso y de fuente y motivo desconocido.

En busca de la solución al mal noctámbulo del joven noble acudieron numerosos expertos de la medicina de la época. Algunos coincidían en sus tratamientos (se experimentaron más de treinta recetas y prácticas contra el insomnio), pero en última instancia, ningún método tuvo éxito. Sin embargo, fue un médico que ocasionalmente pasaba por allí quien recomendó lo más sencillo: que escuchara música relajante antes de acostarse, y expuso un caso verídico e histórico para convencer al joven noble:

“Cincuenta años antes existió un conde llamado Kaiserling que también tenía problemas de insomnio. Un médico le aconsejó que escuchara música relajante antes de dormir. El conde así hizo, encargándole a Johann Sebastián Bach una obra para que el clavecista de la corte, Johann Gottlieb Goldberg, lo interpretara cada noche. La obra musical debía ser lo suficientemente larga y sugerente como para entretener al conde y hacerle caer en el sueño. Bach, de este modo, compuso las famosas Variaciones Goldberg, en honor al clavecista que tocaría su composición. Y así se hizo: el conde Kaiserling volvió a dormir y Bach fue gratamente recompensado económicamente”.

La historia motivó al joven noble y decidió escuchar él también por las noches las Variaciones Goldberg. En toda su servidumbre no había ningún músico, no porque no le gustara la música, sino porque, en su soledad y en sus asuntos nobiliarios, nunca se había detenido a escuchar este arte. De modo que encargó a un clavecista y compositor la tarea, un reputado instrumentista de la zona que, sin embargo, había tenido un leve percance en la mano izquierda y estaba en reposo sin poder tocar el piano. El músico pidió al joven noble que le diera la oportunidad de ser sustituido por su hija Ilse; cierto es que en aquella época era muy extraño encontrarse con una mujer dedicada a la música, pero su melómano padre la educaba musicalmente con la esperanza de que fuera una de las primeras mujeres concertistas que triunfara. El joven noble accedió: cada noche Ilse tocaría las Variaciones Golberg y, estando el noble sucumbido en un apacible sueño, la joven regresaría a su hogar con su estipendio.

Pero el joven noble no dormía… Ilse tocaba a la perfección la complicadísima y elaborada partitura de Bach, comenzaba a sonar el aria y el señorito decía que era algo “muy bonito”, cerraba los ojos, pero volvía a abrirlos y contemplaba a la silenciosa Ilse en su ejecución. El noble, como no dormía (e interesado por la misteriosa figura que tocaba el clave sin musitar palabra en el lado derecho de la habitación), aprovechaba los dos segundos que se tomaba la joven de descanso entre una variación y otra para entablar conversación con ella. El noble le preguntaba por su vida, si le gustaba la música, qué otras cosas la atraía, si pensaba en algo cuando dormía, si prefería alguna comida en especial… a todas las preguntas Ilse respondía con un: “Sí, sí señor” o un “No, no señor”.

Interesado por el rumbo del experimento de su hija, el padre le preguntaba cada noche cuando volvía si el joven noble se había dormido. Ilse, ruborizada pero cumpliendo con su papel de hija, le confesó a su padre que el joven noble la contemplaba cada noche y que, últimamente, la había estado agasajando con halagos y cumplidos.
- Tú sólo toca, hija, responde con educación, y sigue tocando. Pero ten cuidado, hazlo con suavidad y elegancia, no vayas a ofenderle, ¿de acuerdo?
- Sí, sí padre.
- Hija mía -volvía el padre con tono alterado- ¿no te sentirás atraída por el noble?
- ¡No, no padre! -respondía sumisa y colorada la hija.
- Muy bien, muy bien. A ver si se duerme de una vez.

En las noches siguientes empeoró el experimento. El noble estaba incluso más despierto, aguardaba cada día a que llegara Ilse para tocarle el clave, preguntaba aún más cosas, demandas en las que Ilse se veía obligada a responder educadamente con frases más elaboradas. Y las Variaciones Goldberg sonaban con palabras de por medio.
El joven noble incluso se levantaba de la cama para dar vueltas por la habitación y observar mejor a su intérprete y compañera discursiva.
- Tocas muy bien, Ilse.
- Gracias…
- Ilse, ¿sabías que Bach tuvo veinte hijos? -preguntó el noble.
- Oh, vaya…
Los largos y finos dedos de Ilse se movían habilidosamente y el joven noble los seguía con la mirada, echaba un vistazo a la partitura, incomprensible para él. Ilse, por una sola vez, se atrevió a preguntar:
- ¿Podrá quedarse dormido de pie en lugar de estar acostado en la cama, señor?
El joven noble se sumió en la pregunta, como si se le hubiese olvidado que la razón de que ella estuviera ahí era para combatir el insomnio. Ilse lo miró al acabar la variación número XIX y el conde noctámbulo posó sus manos en la cara blanquecina de la joven. La tocó como si estuviera palpando algo nuevo y genuino, hasta que perdió toda noción y la besó.
- ¡No, no señor! -exclamó avergonzada y apuradísima Ilse.
- ¿No te gusto?
- Sí, no… ¡sí señor!
- ¿De verdad? ¿Entonces te gusta estar aquí?
- ¡No, sí… sí señor!
- Oh Ilse, ¿qué quieres decir?
- Estoy muy nerviosa…
El joven pensó un modo para calmarla, pero lo más apropiado que consideró fue besarla de nuevo y los dos cedieron a un placer momentáneo... Un minuto más tarde, Ilse recordó que tendría que haberse ido y salió rápidamente de la mansión.

Cuando el padre se enteró suspendió las visitas de Ilse a la mansión del noble y se maldijo a sí mismo: ¡tendría que haberlo supuesto en cuanto supo que el noble no le quitaba ojo de encima! Temía que éste pudiese entrar en ira con la prohibición a su hija, pero para nada podía arruinarse la carrera musical de Ilse.

Cierto tiempo después, el médico que recomendó al noble que escuchara música volvió a pasar por allí. Cuando le preguntó si había logrado conciliar el sueño, el joven noble saltó encolerizado, ahora padecía un insomnio mucho peor: antes no dormía y punto, ahora no puede dormir porque sufre, se había enamorado de aquella joven y no sabía absolutamente nada más de ella, no podía olvidarla: ¿por qué no volvió a aparecer? ¿No le gustaba estar con él? Aquello de las Variaciones Goldberg había sido un fracaso y no quería volver a oír más de esa música, le había traicionado: ¡odiaba a Bach! A no ser que compusiera una contrapartitura que le hiciera olvidar lo ocurrido y volver a su insomnio inicial. El médico, un hombre de avanzada edad, no pudo evitar tomárselo a broma, pidiéndole que no dijera tales cosas de Bach, que el pobre hombre ya descansaba en paz. Y enseguida se le vino otra anécdota para convencer al joven noble:

- Bach también compuso una serie de preludios y fugas recogidos en dos ciclos titulados El clave bien temperado. El título se presta a una serie de conjeturas, pero lo que es seguro es que la expresión bien temperado hace referencia a una forma de afinar el instrumento de manera tal que todas las piezas suenen correctamente. Lo que quiero decir, señor, es que para que usted suene correctamente, quizás tenga que temperarse bien, como las obras de Bach para ser interpretadas como es debido.
- ¡Yo no soy músico!
- Es una metáfora.
- ¿Y qué?
- Que todo es en el fondo una metáfora.
- ¿Qué metáfora? Me da igual, no me quiso en cuerpo y alma.
- Según entendí, eso de ella no lo sabe usted. Podrá ser infeliz, pero siempre tendrá la música.
- ¡Déjeme de música y de Bach! -exclamó el noble-. No quiero volver a oírlo.
- Venga vamos, todos los alumnos de piano también odian a Bach en una primera etapa dada su compleja musicalidad, pero los músicos de verdad lo redescubren, saben apreciarlo y se arrepienten de haberlo odiado.
- ¿Quiere hacer el favor de dejar el tema?
- Vale, ¡hasta la próxima! Porque, podría visitarle de nuevo, ¿verdad?

El médico era muy sabio, sin duda, pero el joven, obstinado, no le prestó importancia a sus palabras. Siguió padeciendo insomnio y se recluyó aún más en su callada mansión.

Un par de años más tarde, las relaciones nobiliarias del joven noble se expandieron debido al éxito de algunos de sus negocios, adquiriendo por ello cierto prestigio. Aunque sus relaciones sociales aumentaron en número, el noble seguía siendo una persona solitaria. Pronto fue invitado a numerosos actos culturales, algunos de ellos conciertos importantes en los que disfrutaba de la música. Uno de estos le sorprendió especialmente: cuando el joven noble escuchó desde su palco la obra de aquella noche quedó maravillado y miró atentamente el programa: la Obertura nº 2 (Suite orquestal en Si menor) de J. S. Bach. El noble repitió para sí el nombre del compositor y recordó las noches en vela, aquellas noches con las Variaciones Goldberg y con Ilsa al clavicordio. Entonces cayó en la cuenta de que en el último año rara vez se había acordado de ella. Pagó a un clavecista y volvió a escuchar las Variaciones Goldberg, disfrutando enormemente de ellas con cierta nostalgia.

La música estaba ocupando una parte vital en la vida cotidiana del noble y necesitaba de ella, se documentó para comprenderlas y apreciarlas aún más y contribuyó económicamente a que se compusiera. Se convirtió en todo un mecenas y amante de la música: cuando la escuchaba muchas veces se quedaba extasiado, cerraba los ojos, incluso lloraba en algunos pasajes… y mucha gente no lo comprendía. Podrían fallarle muchas cosas, pero siempre tendría la música.

Pensó esto, le entró sueño y se fue a dormir.


8 Comments:

Blogger Elendaewen dijo...

Para mí que el noble se infravalora, aunque su refugio es de buena calidad =)
Saludos.

12:17 a. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

vivimos de ilusiones. el amor es sólo una de ellas...

3:44 p. m.  
Blogger anónima dijo...

efectivamente, si se tiene la música se puede ser feo como el conde, o tonto o sieso como algunos que se ven por mtv.
Lo extraño es que tú, además, también la tengas. Me encantan tus historias minino :)

3:51 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Jajajajajajajaja... Lo de que todos los alumnos de piano odian Bach en una primera etapa es una coña personal, ¿no?

Por cierto, lo de "El clave bien temperado" se sabe con exactitud, de posibles conjeturas nada...

11:36 p. m.  
Blogger Shh... dijo...

Que historia más bonita!!!
... el desamor favorece al insomnio...
... siempre nos quedará la música, wapíximo!!!
mmuack!

1:32 p. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Cantautor-no-mudo:
La música y tu siempre serán amigos.
Felicitaciones por este post, Carlos.
Mi abrazo y mi afecto.

Insanity

3:32 a. m.  
Blogger Carlos (Sr. Chow) dijo...

Elendaewen: Para mí, el noble al final se supera y madura como persona. Pero sí, puede que se siga atormentando por algunos recuerdo. Si puede pasarle a su autor, parece inevitable que le ocurra a su personaje.

Un saludo desde este refugio.


Javier Gall: ¿Pero no crees que hay ilusiones que se pueden hacer realidad? Sí, menudo topicazo, pero de veinte ilusiones, posiblemente alguna se cumpla, con mayor grado de aproximación o no...

Un saludo, compañero.


Sabejal: ¿Extraño que yo tenga la música? ¿Por qué? Jeje.

Un saludo, artista.


Atreyu: Sí, era una pequeña coña personal, jeje. Sinceramente, espero no volver a odiar a Bach cuando me tenga que enfrentar de nuevo con sus partituras...

Lo de El clave bien temperado, según la "santa" wikipedia, no está claro, y te exponen varias hipótesis, échale un ojo a ver qué te parece:

http://es.wikipedia.org/wiki/El_clave_bien_temperado

Un saludo.


Nawja: ¡Dulce bailarina del ombligo! Siempre nos quedará la música, y aún en su ausencia se puede taconear un rato, ¿verdad?

¡Un saludo!


Anónimo (In): ¡No sabes la alegría que me da volver a leerte por aquí! Estaba hasta preocupado... muchas gracias, In, de verdad, formas parte de este estudio.

Tu saludo y abrazo reservado.

12:34 a. m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Hermosa historia, felicidades al autor... la música invade el alma de las persona y altera su forma de ver las cosas... que haríamos sin ella...

9:39 p. m.  

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