miércoles, junio 27, 2007

Pequeña Suite Espejos

(La caja de música)

Esta pequeña pieza pertenece a la música compuesta para el cortometraje Espejos.

Está dividida en dos partes: la primera es una breve introducción musical que finalmente no incluimos en el score final. La segunda es otro piano solo en donde el instrumento desarrolla libremente el breve tema principal.



Pequeña Suite Espejos





Agradecimientos a Juanma Medina, náufrafo, por la producción y grabación del tema.

jueves, junio 21, 2007

Confesiones a Woody Allen (IV)

(Desvaríos noctambulares)

¡Hola Woody!

¿Qué tal estás? Yo bien, gracias, un poco resfriado… ¿cómo se puede resfriar uno con el calor que hace ya? En fin, son cosas inexplicables de mi persona.

Hace tiempo que no hablamos, entre una cosa y otra, ya ves… Espero que no te asustara tu mudanza: pinté el cuarto-estudio y cambié los muebles de lugar. Está mucho mejor así, ¿verdad? Desde tu nueva posición encima del piano (con las katanas, el metrónomo y el perro rockero) puedes ver el monitor del ordenador; pero no, no frecuento páginas eróticas, al menos no suelo hacerlo.

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¡Menudo paseo te estás dando por España! La noticia de tu inminente rodaje está emocionando a todos los españoles. Y encima vas traerte a Scarlett Johansson… qué pena que no bajéis al sur. Oye, por cierto, entre tú y yo: ¿es cierto que declaraste que no deberías filmar más con la señorita Johansson porque te ponía demasiado? Lo leí por ahí, pero no sé si es un rumor.

Me pasaron una página en la que te podías registrar para optar al casting de extras de tu película Midnight in Barcelona. Pero me cansé de rellenar datos y, seamos sinceros, no me vais a coger; no por ser pesimista, hombre, entre los cientos de personas que optarán… más bien es por el factor económico, apostaría que a los extras no les pagáis el viaje y la estancia. Pero bueno, de todos modos aquí estaré siguiendo las noticias de tu visita.

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He visto algunas películas más de tu filmografía: Poderosa afrodita, La tapadera y Todos dicen I love you. En esta última, como sueles hacer, me descubres algunos temas maravillosos, es el caso de la bellísima I’m thru with love. Me encantó, y la decisión de incluirla como culmen en esa preciosa y mágica escena de baile final me encandiló aún más. Es tan delicada y tiene un gusto… pese al riesgo que conlleva hacer algo de este tipo. El resultado fue fantástico. Escucha, voy a ponerte una versión instrumental de ese tema que encontré por ahí, bastante interesante…

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Quizás te sorprenda saber que tengo planeado independizarme. ¡Sí! Un proyecto para pensar a lo largo de este verano. Como termino la carrera, mi intención principal es volver al conservatorio, pero para ello necesito estudiar y recuperar el tiempo perdido. Para ello necesitaría un teclado electrónico de calidad con el que estudiar, (como sabes, mi piano natural no está en buenas condiciones). Así que necesito encontrar un trabajo decente con el que pueda compaginar el estudio, comprar lo necesario y ahorrar para la nueva vida autosuficiente; y que me quede para vivir con mis pequeños placeres culturales, por supuesto. Va ser un reto económico complicado, lo sé. Uf, maldita sea el dinero… tú supongo que no tendrás problemas económicos.

También quiero resucitar mi penosa carrera como concertista (si se monta bien puede ser una buena fuente de ingresos extras), recuperar el dúo flauta-piano que tenía, y puede que forme otro con una violinista. Sería algo muy provechoso, la verdad. Tú lo sabes bien, eres concertista de tu banda de jazz.

Música, trabajo, autosuficiencia… ya sé que puedo llevarme otro batacazo. Pero uno tiene pájaros en la cabeza, demasiados quizás (una bandada de pajarracos…). Si lo consigo vas a tener que sufrir otra mudanza, ¡y esta vez una gorda!

Ya, si yo sé lo que tú quieres, tú estás muy cómodo donde estás…



viernes, junio 15, 2007

Buffalo '85

(Desvaríos noctambulares)

Hay una película preciosa y rara llamada Buffalo ’66. Trata de un tío llamado Billy Brown, acaba de salir de la cárcel y su ambición es demostrar a sus padres que es un hombre de provecho. Para ello no duda en raptar a una chica llamada Layla y obligarla a que interprete el papel de su esposa, todo con intención de impresionar a sus padres con una bonita novia y un trabajo con futuro en el gobierno. Sin embargo, a lo largo del día, Layla va descubriendo que el hijoputa que la ha secuestrado no es más que un pobre imbécil que nunca ha sido querido. Y, con amor y una paciencia impresionante, Layla intentará con su cariño infinito convencerlo de que le gusta y que le quiere. Pero el idiota del que se ha enamorado tiene un plan: llevar a cabo una venganza suicida.

Está claro que Buffalo ’66 es una historia irreal… no hay nadie con una ternura tan grande como para hacer lo que hace Layla. La película de Vincent Gallo instiga en la dolencia de no ser amado de una forma arrebatadora, seca, mística e, incluso, mágica. Layla es ficción pura, es fantástico el hecho de que una mujer esté dispuesta a entregarse por completo al intratable que la obligaba, torpemente pero bajo amenazas, a permanecer junto a él en una farsa.

Aun así, lo que ocurre en Buffalo ’66 no es del todo irreal. No existen Laylas, no, pero sí pequeñas Laylas: muestras de entrega pasional y humana por otros Billy Brown. Sé que esas cosas existen y conozco millones de casos, aunque no recuerde precisamente ninguno. Y he de manifestar aquí, abiertamente y sin censura, que envidio claramente a todos aquellos que, en el momento adecuado, han encontrado a su pequeña y dulce Layla, esa persona que les ha sacado del atolladero en el que estaban metidos.

Nunca ha venido nadie a rescatarme. Por eso, la única y viable solución que queda es sobrellevar la carga por mi cuenta. Y me cuesta demasiado: a la gente le basta dos palos para aprender, pero yo soy un raro espécimen que necesita doscientos.
Soy muy consciente de que he intentado alguna vez hacer el papel de Layla. Pero me equivoqué, creía que tenía alas y no fue así; fracasé en una tarea que nadie me había encomendado.
Quizás por eso me guste Buffalo ’66 y me emocione tanto su historia y sus personajes perdidos, el modo en el que está contada, su música tan acertada y ese Moonchild.

Lo reconozco, os seguiré envidiando, a vosotros y vuestro momento adecuado.


sábado, junio 09, 2007

Cambio de papeles

(Relatos bajo el flexo)

No tenía ganas de ir a ese concierto, había tenido un día de aúpa y, encima, me había venido la regla. Reconozco que me vuelvo intratable fácilmente, demasiado quizás, pero qué se le va a hacer si soy un poco irascible. Por eso, aunque tenía planeado ir al concierto desde hace bastante tiempo, casi prefería quedarme en casa. Pero no lo hice, acabo de decir que soy un poquito inestable, ¿no?

De modo que fui. Aquella pequeña sala de conciertos es acogedora pero las butacas están tan desgastadas que un leve movimiento de culo provoca un molesto crujido. Si tenemos en cuenta que los culos inquietos en los conciertos abundan, os podéis imaginar la situación. Pero, sinceramente, me olvidé de todo eso… el concierto me llegó tan adentro que me hizo olvidarme de mi insistente menstruación, por momentos, porque aquella serenata de Tchaikovsky para orquesta de cuerda tan sentida estaba compuesta con los nervios a flor de piel, y se notaba. Según leí en el programa, esto fue lo que el genial compositor ruso apuntó encabezando la partitura: “Cuanto más numerosos sean los efectivos de la cuerda, mejor se corresponderán con los sentimientos del autor”. Se entiende perfectamente…

Así que el concierto fue como una introspección musical de todo lo que se estrechaba en mi interior y que rondaba en mi cabeza…

Un momento, no es justo, no quiero pensar en esas calamidades de nuevo. Seamos sinceros: soy un personaje de ficción y no existo, si no tengo más vivencia que la que marcan estas limitadas líneas, digo yo que me merezco tener una existencia a mi gusto. Así que me permito romper los pactos novelescos y narrativos que hagan falta y exijo hablar con el autor de esta maquinal farsa de letras. ¡Eh! ¿Me has leído? ¡Aperece! … Vamos, no finjas no haber leído nada. ¿Hola?
- Hola.
- ¿Cómo te llamas?
- Carlos.
- Vaya, un hombre... ¿edad?
- Veintidós.
- Corrijo… un hombrecito.
- ¿Y yo qué edad se supone que tengo?
- De edad similar… no lo había concretado.
- Pues tengo veintitrés.
- Ajá, de acuerdo.
- Dime Carlos, oh gran creador que no ha tenido en cuenta mi edad concreta: ¿cómo te atreves a escribir sobre lo que siente una mujer alguien tan joven como tú y, encima, en primera persona? ¿Qué sabes lo que puede sentir una chica como yo?
- Pues…
- ¡Seguro que apenas has tratado con mujeres para saberlo!
- Bueno…
- Qué, ¿te comió la lengua el gato? ¿Qué es lo que dices a eso?
- Que seguramente tengas razón. ¿Quién soy para escribir de ti? Si ni siquiera sería capaz de escribir sobre mí mismo. Supongo que, aparentemente, es más fácil escribir sobre otros e inventarte todo. Pero no tenía en cuenta esto…
- El qué.
- Que fueras a rebelarte. Perdona, no debería escribirte.
- Espera, vale… quizás me he pasado. Estaba un poco irascible.
- Oye, hemos interrumpido el concierto y ni nos hemos dado cuenta, deberías salir porque nos están mirando con muy mala cara…
- Cierto… voy a salir fuera.
- …
- Ya estoy. Lo que te decía era que no te lo tomes a mal. Pero es bastante duro ser un personaje (y encima de un relato, que es como morir a los veinte), para tener una historia en la que recuerdo penas y sufro la regla.
- Comprendo. Me ha sorprendido tu apego vital… quizás merezcas más ser escritora que ser escrita. Que seas tú la que vive en la vida real y yo el personaje de un relato.
- Bueno, no seas trágico hombre. Ya he asimilado cuál es mi lugar, ocúpate tú del tuyo. A ver, ¿qué iba a pasar luego, eh?
- ¿En tu historia?
- Sí, claro, ¿dónde si no?
- Pues salías afuera bastante renovada del concierto, ibas a comprarte un disco con una buena edición del mismo concierto y te comías un showarma, pensando que era tan bueno que no merecía la pena pensar más por hoy.
- Vaya, me gusta el final… tonta que he sido por ponerme así.
- No pasa nada.
- En fin, la verdad es que eres majo.
- Gracias.
- ¿Y ahora cómo acabarás esto?
- La verdad es que no lo sé. Pensaba dejar de escribir ahora, tengo que irme.
- ¿¡Y dejarme así sin acabar!? Menuda desconsideración.
- Déjame acabar otro día, anda, te dejo mientras escuchando el concierto.
- ¿Pero no se habían molestado? ¿Cómo entro yo allí ahora?
- No te preocupes, eso lo cambio yo.
- Venga, pero termina lo que tienes pendiente conmigo, ¿eh?
- Eso no suena muy bien, pero lo hago, confía en mí.
- ¿Cambiarás algo?
- Puede ser, pero no te preocupes, será algo bueno, me da apuro hacerte daño ahora.
- Oh, qué tierno. Un placer hablar contigo.
- El placer ha sido mío.

Y el concierto continúa deleitándome por el momento…

viernes, junio 01, 2007

El intruso perdido

(Desvaríos noctambulares)

¡Qué susto cuando volví a casa después de comprar un paquete de folios! Una cosa verde se movía encima del buzón... Al principio pensé que era una gran lagartija o una salamanquesa. Sí, ya sé que esos bichos son pacíficos y no hacen nada, pero no me gustan. Sé que su función en el mundo es muy importante: controlan que no haya muchos mosquitos y demás variantes de insectos. Estupendo, pero distancia: que ellos hagan su función y yo la mía. Probablemente, la suya sea más importante, pues yo no hago nada crucial, así que, ahora que lo pienso, las lagartijas merecen más respeto que yo.

Sin embargo, aquello no era una largartija, era distinto. Esa forma… esos ojos en órbita… ¡aquello era un camaleón! ¡Un jodido camaleón había llegado a mi buzón y estaba delante del portón de casa! Un “jodido” con todos los respetos, claro. Estaba en un color verde suave, como un valle puro, un rotulador fosforescente. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Quería entrar dentro? Me pareció interesante, pero fuera de control dentro de mis posibilidades. ¿Qué podía hacer?

Por suerte, la puerta está distanciada del buzón, así que pude entrar en casa sin cruzarme en el camino del camaleón. Pronto llegaron mi hermano y Susana y descubrieron también al intruso. Ahora estaba verde oscuro y nos dimos cuenta de algo importante: el bicho no podía salir de ahí, se resbalaba cuando quería trepar por el portón, había que ayudarlo. Así que Susana lo agarró y lo trasladó a un árbol con un sombrero de paja. Lo colocó allí y enseguida lo perdimos de vista, ¡desapareció!

Es curioso, no me gustan esos bichos, pero me hubiese gustado tenerlo más tiempo en el buzón y observarlo. Casi me dio pena cuando despareció tomando, seguramente, el color de alguna rama.


Pero… ¡el camaleón volvió! Inaudito, al rato estaba en la puerta y cuando lo descubrimos se metió debajo del portón y se quedó allí inmóvil. Esperamos, pero no salía, así que nos aseguramos de que si abríamos el portón no le hacíamos daño. Por suerte, no estaba en las ruedecillas, de modo que lo sacamos sin problemas. Lo pudimos observar mucho mejor, lo metimos en una caja de zapatos y lo llevamos a un campo (esta vez más lejos de casa). Lo posamos en una rama y lo vimos ir de una a otra, cada vez más alto…

Ahora el camaleón puede seguir a su bola, con su función natural importantísima, la del control de insectos. Y yo con la mía, si es que tengo alguna. Cada uno en su hábitat.

ecoestadistica.com