Hua yang de nian hua
Hoy han brotado de mi mente unos brazos espectrales que me han sumido en un estado de parálisis mental. A continuación, me veo sentado alrededor de miles de neuronas pendientes de mí. Éstas llevan bata blanca, lápiz y bloc de notas. Las neuronas me enseñan una serie de peliculitas breves e inconclusas, en color, en el que están registradas imágenes de meses atrás. ¡Entonces se arma un gran barullo! Los bichitos esos apuntan con rapidez en las hojas a medida que van comentando y hablando entre ellas, incluso discuten con curiosos gestos. Lo que ha ocurrido podría denominarse "control de estado personal": una recapitulación de los fracasos y de los éxitos que han transcurrido en todo este tiempo. El experimento consiste en hacer inventario de todo: promesas cumplidas e incumplidas, sueños alcanzados e inalcanzados, estudio de la evolución de los proyectos, bienes de los actos realizados, males ocasionados… Toda esta información mental la traducen en operaciones algebraicas y la transforman, yo no sé cómo, en masas de peso que finalmente son cargadas en una balanza que dicta el resultado del reconocimiento. Yo ni me entero al final: es un proceso muy cansino, aún acostumbrado (pues ocurre a menudo). Pero hay dos días del año en los que el reconocimiento es inevitable y muy exigente. Hoy era uno de esos.
Ya acabado el día, vuelta por fin al estudio, es de noche. Me gusta más la noche que el día. La esencia de lo que soy se revela con la oscuridad perlada, como en secreto y a escondidas. Cada luna nueva me absorbe con más fuerza, me identifico con ella. La noche es como si transcurriera por mis venas, multiplica el sentido de mis emociones, me desnuda y me debilita. Prefiero la noche al día, aunque se torne melancólica y no la aproveche como desearía. Tiene su explicación, mi madre dice que nací alrededor de la una menos diez de la madrugada. Será porque quise ver antes la noche que el día, será que la luna fue mi cuna y me arropó entre sus nubes grises.
Como he dicho, la noche multiplica mis emociones; por consiguiente, incrementa el incontrolable deseo de pronunciarme. Y me siento como un cantautor mudo, que tiene tanto que cantar y no puede porque se le traban las palabras, la música y hasta los gestos. De lo único que soy consciente, es que ilusiono la realidad.
Estoy sentado en el sillón y escribo en batín. La última barrita de incienso (obsequio de una querida amiga) se consume, el hilillo de humo aromático sube en volutas. Con un whisky en mano, brindo en silencio por los anhelos. Y en la radio del escritorio se escucha “Hua yang de nian hua”.
1 Comments:
Uf, yo también prefiero la noche, el whisky y esa banda sonora... Y me hacen inventario más veces de lo que me gustaría.
"Si pudiera olvidarme de todo aquello
que no se puede cambiar..."
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