sábado, diciembre 30, 2006

Historias de piano

Capítulo X: Adiós, pianista.

El extraño dolor de manos fue decreciendo y pronto Arturo no sintió nada raro. Se había desembarazado de Verónica y aquello le satisfacía y le disgustaba a partes iguales. Por un lado se olvidaría por fin del incordio y el jugueteo constante de aquella chica, pero por otro reconocía su derrota al no descubrir nada acerca de las posibles intenciones que había detrás de esas clases. Quizás no hay nada que descubrir.

Tres días habían pasado desde que Arturo terminara definitivamente las clases con Verónica, tres días desde que le diera ese escarmiento en los labios. Esa mañana Arturo se había levantado como siempre, esta vez sin dolor de manos, sin saber que ese mismo día su vida como pianista y como persona iban a cambiar radicalmente. La primera noticia llegó al mediodía, al teléfono.
- ¿Arturo? -llegaba la amistosa voz de Dani a través del auricular.
- Hola, ¿cómo estás?
- Tengo la noticia de tu vida. Mejor: la noticia que va a cambiar tu vida.
- Eh, eh, mide tus palabras, quizás no es para tanto.
- ¿Ah, no? ¿No te gustaría trasladarte a Madrid y ser el pianista de la orquesta de ópera?
- ¿Cómo? -por primera vez en mucho tiempo Arturo no supo controlar el ímpetu en su pregunta.
- Lo que te digo: Manuel Zamora se ha quedado sin pianista y se ha acordado de ti (para olvidarte, vaya…) quiere hablar contigo y ofrecerte el cargo.
- ¿Estás seguro?
- Segurísimo, y puedo contarte otra cosita, aunque esto es deducción propia, amigo: dicen que Zamora piensa dejar pronto la batuta y que no piensa relegar su cargo en cualquiera… no me extrañaría que, cuando haya comprobado que tus facultades se multiplicaron infinitamente, dejara en tus manos la dirección de la Gran Orquesta de Ópera.
- ¿Dónde y cuándo hablamos?
- Esta noche, a la una, en la tapería que tanto nos gusta de la plaza Uncibay.
- Gracias amigo.
- Esta noche brindaremos por fin, te dije que tarde o temprano lo haríamos, ¿recuerdas?
- Veamos…
- ¡A la mierda la sala Verdi! ¡Después de esto se arrepentirán como estúpidos por haberte ignorado! A la una, nos vemos.

Su conciencia estaba nublada, había algo irreal en ese instante, colgó lentamente el teléfono y se sentó en su sillón, puso la mini cadena y continuó sonando el CD que allí estaba puesto y del que no recordaba para nada desde cuándo estaba allí y en qué momento y porqué interrumpió su escucha. La música sonó, el tema de Taxi Driver de Bernard Herrmann tuvo su permiso para continuar. Unas trompetas in crescendo y decrescendo, un arpa que recorría sus cuerdas y el saxo. La calidez y la soledad de ese saxo lo llevó lejos, se sentía extraño, incluso incómodo… pero una incomodidad placentera, era el estado de espera a algo que estaba por venir, algo extraordinario que ya no podía fallar.

Tuvo que recuperarse Arturo de esa inconsciencia, largo rato después, tenía clase con Irene. Durante la clase, la alumna notó a su profesor un poco ido, bastante ausente aunque se esforzaba por estar en el momento y en el lugar adecuado. La niña le preguntó si se encontraba bien y Arturo le sonrió, incluso se permitió acariciarle su rubia y brillante cabellera. Irene le sonrió también, nunca su profesor le había mostrado un cariño tan tangible como aquella caricia y le agradó mucho. Arturo pensó que si se iba a Madrid tendría que dejar las clases, y lo sentía por Irene y por él, pues tenía previsto convertir a la niña en una excelente pianista, tendría que ocuparse otro de proseguir su meta, le apenaba no continuar lo que había comenzado. Era su proyecto y tendría que abandonarlo, asegurarse de que sus alumnos cayeran en buenas manos, sobre todo Irene.

Posiblemente Arturo estaba soñando demasiado con el viaje a Madrid… ¡él, que había aprendido hace varios años que soñar se convertía fácilmente en una engaño, que era totalmente prescindible y que había que hacerlo lo mínimo! La constancia, el esfuerzo y la ambición era lo único que podía permitirse y lo que mantenía su energía y su visión de futuro; pero soñar era una actividad mental sin esfuerzo, intangible y por tanto desaprovechable que no servía para nada. Era hasta algo peor: podía volverse en tu contra y hundirte si la suerte no estaba de tu lado. Por una vez, exclusivamente, Arturo en ese momento se estaba permitiendo soñar un poco.

En la puerta, Irene notó que no llevaba sus partituras, “¡me las he dejado en la banqueta!”. Arturo le pidió que esperara. Como había asegurado la niña, las partituras estaban encima de la butaca del piano, pero cuando el pianista las agarró se abrió la carpeta que contenía las hojas y se desparramaron por el suelo.
Cuando Arturo volvía a la puerta con las partituras recogidas Irene hablaba con alguien de voz familiar…
- Sí, Arturo es muy buen profesor, me gusta mucho dar clases con él. ¿Y a ti?
- Bueno, a mí ya no me da clases, pero fueron muy divertidas. Mis clases con Arturo eran algo especiales…
- ¿Sí? -preguntó Irene muy extrañada- ¿Especiales?
- No hagas caso a Verónica -intervino Arturo en cuanto llegó a la puerta-, es una chica muy bromista. Nos vemos el próximo día Irene, saluda a tus padres de mi parte.
- ¡Vale!
Irene cruzó la esquina y se perdió de vista cuando Arturo dirigió su mirada y su palabra a Verónica:
- ¿Quieres que me denuncien acaso por creer que soy un acosador de alumnos?
- ¿Acaso no lo eres? -sonrió Verónica, pero a Arturo no le hizo ninguna gracia.
- ¡Vale, vale! Vengo a firmar la paz, me parece mal que acabemos así, Arturo, me caes bien.
- Tú a mí no.
- Sé que en el fondo sí, lo hemos pasado bien y sé que te gustaría hablar conmigo. Te contaré lo que quieras, por eso te pido que quedemos esta noche para cenar y charlar tranquilamente y sin secretos.
- ¿Tiene que ser a cenar?
- Vale, pues después de cenar, para tomarnos una copa. ¡A las 12!
Aunque ya no le interesaban en especial los motivos de Verónica, Arturo no vio mal quedar con ella por primera y última vez, se sentía con ánimo, era como una forma de despedirse de todo.
- De acuerdo, pero sólo tengo una hora.
- Más que suficiente, ¿nos vemos en el Café Jazz que tanto te gusta?
- No, allí no… -Arturo no podía permitirse ir allí con Verónica, ¿y si estaba la mujer del largo mechón sobre el ojo?- En el bar de copas Baramena, ¿lo conoces?
- Sí, allí a las 12. ¡Ciao! Gracias Arturo, no te arrepentirás.
Verónica le guiñó un ojo y se marchó con garbo.

El resto de la tarde pasó para Arturo lentamente, en su sillón, escuchando música y dejando transcurrir todo. Puso varias arias de ópera y las escuchaba absorto, al terminar el Nessun Dorma de Puccini estaban grabados también los aplausos del público… lo había escuchado muchas veces pero no recordaba esos aplausos, al oír la reacción del público le conmovió profundamente, su rostro se caldeó y enrojeció de satisfacción.

A las 12 Arturo llegó al bar citado, pensó que tendría que esperar a Verónica pero la chica ya le recibía sentada en una mesa y con una tentadora sonrisa. Estaba bastante maquillada, pero siendo ella, el resultado no era estrambótico, sino curiosamente natural, sabía maquillarse; iba muy guapa, escotada, muy seductora. Arturo tomó asiento y pidió un gintonic.
- Lo conseguiste al final, ¿eh? -bromeó Arturo.
- Sí, aquí te tengo -sonrió Verónica-, pero no te preocupes, no voy a pedirte que continuemos las clases. Sólo quería despedirme: me voy a Madrid.
- Ah, ¿sí? Qué curioso.
- ¿Por qué te parece curioso?
- No es seguro, pero es posible que yo también me traslade a Madrid, me van a proponer un trabajo.
- Vaya, si te trasladas tiene que ser importante -curiosamente, Verónica no se sorprendió demasiado, incluso su sorpresa parecía fingida.
- No sé nada seguro. ¿Tú porqué te trasladas?
- Voy a ver a un familiar, una visita indefinida. Te dije que me iba mal con mi novio, rompí con él definitivamente.
- Te voy a dar un consejo: si es definitivamente que sea de verdad.
Verónica bebió de su pajita mientras esbozaba una sonrisa aprobadora.
- Lo de mis clases no era solamente por un simple capricho, reconócelo.
- Es cierto -reconoció Verónica-, no sé si debería contarte…
- He venido y deberías cumplir tu palabra. Aunque, en verdad, ya no me importa.
- ¿No? -preguntó extrañada Verónica.
- Todo pierde su interés si la espera se prolonga demasiado.
Verónica empezó a juguetear con la pajita del tubo, a darle vueltas y remover los cubitos de hielo.
- Eres muy orgulloso, Arturo. Lo que ocurre es que no te lo imaginas, pero si te dijera aunque sea una palabra, recobraría tu interés en menos de un segundo.
- Comprobemos si es cierto.
Verónica lo miró unos segundos, planeaba algo: sacó un papel en blanco, un bolígrafo y escribió unas dos líneas, luego lo dobló y lo dejó encima de la mesa.
- Cuando quieras irte, llévate este papel y léelo cuando cruces la calle.
- Un juego divertido -sonrió Arturo.
- Cuánto orgullo… Dime, ¿nunca les preguntas a tus alumnos el apellido?
- No me hace falta, no lo necesito.
- Quise que me dieras clases porque me lo recomendó, en cierto modo, alguien a quien conoces.
- ¿Quién? -Arturo empezaba a sorprenderse y a caer en el interés, intentó disfrazarlo.
- ¡Ahora no te lo diré! Si hubieses sido más modesto…
- Bueno, puedo averiguarlo fácilmente más tarde.
- Pero para entonces ya no podrás preguntarme, estaré en Madrid.
- Si me surgen preguntas ya nos veremos allí.
- ¿Y si no vas a Madrid?
Esa pregunta intimidó a Arturo, no podía ser: Dani estaba seguro que Zamora lo quería como pianista. Se iba a Madrid, era ya un hecho. El teléfono de Verónica sonó, Arturo bebió un trago de su gintonic y escuchó la respuesta de la chica: “Vale, si tiene que ser ahora…”. Guardó el móvil y dijo, con tono apesadumbrado:
- Lo siento Arturo, voy a tener que irme yo ahora -los dos se levantaron-. De verdad te digo que me encantaría volver a charlar contigo en Madrid.
- Es muy probable, mujer. Y espero que esa vez ya sin misterios.
Verónica mostró una intrigante sonrisa más y le besó en la mejilla, se volvió hacia la puerta y apoyó una mano en la entrada para volverse y mirar al pianista de nuevo: “Adiós, pianista”, y se marchó.
Arturo terminó la copa, se levantó, pagó la cuenta y se acordó de la nota en la mesa. La abrió sin prestarle la debida importancia: Blanca se arrepintió de haberse ido a Madrid, ¿te arrepentirás tú? Arturo salió rápidamente a la calle, algunas personas en el local se asustaron de su reacción, era inútil… Verónica ya no estaba, buscarla sería perder el tiempo porque ella sabía perfectamente cuál sería su reacción.

Aún quedaba media hora para el encuentro con Dani, el pianista prefirió vagabundear un poco por las solitarias calles del centro, pensativo: Verónica tenía razón y había ganado: se marchó y consiguió que su ya antiguo maestro de piano se replanteara todo de nuevo, las preguntas sin respuestas eran más amargas que un beso violento en los labios. ¿Quién podía ser la persona que lo “recomendó”, por qué la llevó hasta él? ¿Sería Blanca? ¿La conoce? ¿Se arrepintió de veras de haberse ido a Madrid? Inútil pensar en ello, sólo se calentaría la cabeza. Un hombre alto, con sombrero y gabardina gris, se cruzó con él e interrumpió su camino y sus pensamientos:
- Eh amigo, ¿tienes fuego?
- Sí -Arturo le encendió el mechero y el hombre hizo encender su cigarro.
- Una buena noche, ¿verdad?
- Sí, se siente uno a gusto.
En la calle estaban sólo ellos dos y un Mercedes negro aparcado en la esquina. Arturo inclinó su cabeza para descubrir los ojos del caballero de la gabardina: el ala del sombrero estaba tan inclinada que sólo podía ver hasta la nariz. Entonces, el hombre dejó caer su cigarro recién encendido, Arturo lo vio caer al suelo y nada más… para entonces el tipo de la gabardina lo había agarrado por el cuello y lo había estampado contra la pared. Frente a frente, Arturo intentaba desembarazarse de él pero no conseguía desestabilizar al extraño, más grande y corpulento que él. Lo tenía bien agarrado, el tipo era fuerte y cuanto más esfuerzo hacía Arturo, el maldito más apretaba su cuello. Intentó gritar pero era imposible, sus cuerdas vocales estaban aprisionadas, desesperado, el pianista movió los brazos para intentar golpearle; con el movimiento de brazos que esquivaba el agresor, Arturo consiguió engañarlo y propinarle una patada en la rodilla, el tipo perdió la posición y Arturo se escapó unos pasos, pero el brazo de hierro reaccionó al instante y lo volvió a agarrar por el cuello aún con más fuerza. Arturo volvió a mover los brazos, esta vez para intentar al menos quitarle el sombrero y ver el rostro de su agresor… lo descolocó un poco, pero sólo pudo ver parte de un cabello castaño. El tipo aprovechó para asestarle un puñetazo en el vientre, Arturo perdió fuerzas, pero se encolerizó y no dejaba de hacer una desmesurada y descontrolada presión. El duro agresor volvió la mirada al Mercedes negro y de allí salieron dos tipos más con idéntica indumentaria. Arturo tenía seis manos impidiéndole moverse, dos de ellas como apisonadoras en su cuello. Empezaba a quedarse sin respiración, iba a desmayarse… querían ahogarlo, supuso. Pero no es eso lo que pretendían aquellos matones, si no algo mucho peor que su asfixia, algo mucho peor que su muerte… cuando Arturo estaba sin fuerzas y no ejercía apenas resistencia, el primer tipo de la gabardina y el sombrero, el más grande, el del cigarro que había tirado, dejó de apretar el cuello y sacó algo brillante y punzante del bolsillo derecho de su gabardina… agarró la mano derecha de Arturo y clavó en el centro de la palma de la mano un punzón. Arturo abrió la boca pero no pudo gritar, no salió sangre del agujero de su palma, era como si le abrieran el alma. Pero el matón no se contentó con atravesarle la mano, retorció el punzón y las falanges y todos los huesos circundantes se descolocaron violentamente. El matón de gabardina y sombrero gris sacó el punzón, los agresores se apartaron y Arturo se desplomó en el suelo, el Mercedes negro se confundió en la noche.

Arturo temblaba, empezó a sentir el dolor de la mano, se la llevó a los ojos: tenía un agujero que la atravesaba entera, gritó desesperadamente, la sangre ya empezó a correr por el asfalto. Extrañamente, por su mente pasaron como escenas lo vivido en los últimos meses: recordó a su amigo y a Susana, la llamada de la cabina a su ex mujer Lucía, las clases con Irene, las clases con Verónica, los conciertos en los locales, las noches con Blanca, el ojo visible de la mujer rubia del largo mechón…
Volvió a emitir un grito desgarrador: el dolor de la mano tan intenso, la sangre tan roja, y lo demás tan silencioso.


Fin de la primera parte



sábado, diciembre 23, 2006

¡Des-Concierto!

(Desvaríos noctambulares)

El miércoles 20, tras un periodo largo sin subirme a un escenario, volví a tocar frente a un público. Fue en el instituto donde estudié, la profesora de música que imparte clases me pidió que le hiciera ese favor. Ya he tocado varias veces en el instituto, no me importa, me agrada pese el miedo y la inseguridad, esa clara conciencia de no estar muy a la altura. Pero, este desvarío noctambular no se va a dedicar a las impresiones durante el concierto de este frustrado pianista como en principio tenía pensado escribir… Os pido un poco más de dedicación, primero el contexto:

El concierto estaba dedicado al día de Santa Cecilia, patrona de la música (un poco tarde, pues fue en noviembre), al 250 aniversario del nacimiento de Mozart y, por último, también hubo una canción para denunciar la violencia de género (un concierto breve pero completito). Mi amigo flautista intervino conmigo; y por otro lado, otra amiga cantante y su pianista acompañante también fueron invitados.

Primero tocaron los alumnos de la profesora, con los clásicos instrumentos de las aulas de música (flautas, triángulos, xilófono, pandereta…): La Cantiga Santa María Stela do Día de Alfonso X El Sabio, la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart, y Lo que Ana Ve, el tema de Revólver sobre la violencia de género.

A continuación, mi colega salió al escenario con la flauta travesera e interpretó la Sonata en Do de Telemann, una obra para flauta sola.

Llegó mi turno y subí con él, tocamos juntos el Berceuse op. 16 de Fauré.

Por último, la cantante subió con el pianista, que la acompañó en dos arias de Mozart: Deh vieni non tardar y Voi che sapete.

El programa ya concluyó, pero yo tenía preparado algo más. Algo debía tocar solo, incluso me atreví a hablar: pedí perdón a Mozart porque ni yo ni mi colega habíamos traído nada de él, pero aseguré con sorna que al célebre maestro le hubiese gustado nuestra elección. Presenté y toqué PMC, y por último, juntos de nuevo el flautista y yo, cerramos nuestra actuación con el tema Summer, de la película El verano de Kikujiro de Joe Hisaishi. A los alumnos pareció gustarles mucho, recuerdo gratamente cómo dos chavales nos preguntaron por el nombre de la película para verla.

Entre los aplausos, la profesora de música les preguntó a la cantante y a su pianista si podrían también tocar algún bis. Así fue, creo que elegieron un aria de Fauré…

Felicitaciones, vítores y un obsequio para cada uno… “Un detallito de los alumnos”, escuché de la profesora, una frase que chirrió un poco en mis oídos pero que no le di mucha importancia. Recogí el piano y me fui pitando porque tenía mucha prisa.

Al día siguiente el concierto me sentó como una patada en el estómago. Mis sospechas se confirmaron: mi vecina y amiga de mi hermana tuvo que pagar para ver el concierto. Los alumnos endiñaron un euro de sus bolsillos. Los regalitos los pagaron ellos, y no sólo eso, sino una sorpresa más oculta para mi amigo flautista y para mí: el salario de la cantante y de su pianista profesional (tienen más caché, claro).

Sinceramente, lo que en verdad me disgusta no es el hecho de que ni a mí ni a mi compañero nos hayan pagado como a ellos, sino el hecho de que los alumnos pagaran todo eso. Puede parecer una tontería, es un ridículo euro, pero para mí no lo es: nadie me dijo que los alumnos tenían que “pagar” el concierto, era “un favor” que hacíamos en palabras de la profesora. Si el departamento quería hacernos un detalle, que ese dinero salga de allí, no de los alumnos. ¿Es que el departamento no tiene dinero para pagar eso? Mentira, no me lo creo, si lo hubiese sabido no habría tocado. Me parece fatal por el instituto que los alumnos tuvieran que pagar a los músicos, (bueno, a la mitad de los músicos...). A nosotros, ex alumnos de esas mismas aulas. “Es que es una actividad extraescolar cualquiera”, claro, en su propio salón de actos, menos de una hora de concierto. “Es para que los alumnos vean el esfuerzo, para que se animen…”, sí, por supuesto, aprenden así mejor y de paso ahorran dinero al departamento. Los alumnos pagaron mi paquete de discos con todas las Sonatas de Mozart, pagaron un euro por los cuatro regalos y el salario extra de los dos únicos músicos profesionales que, supuestamente, también hacían “un favor” como nosotros. Y hay otros detalles que he preferido no escribir.

Si el año que viene vuelven a pedirme ese favor ya sé lo que tengo que hacer.

viernes, diciembre 08, 2006

Probando…

(Desvaríos noctambulares)

Vale, el blog funciona, el que no funciona soy yo. En verdad, hoy pensaba escribir un relato bajo el flexo, un cómico diálogo entre dos personas sobre el débil vínculo de comunicación que sostienen y que supuestamente debería haberse perdido. Pero me pareció un poco estúpido y decidí no escribir ni una palabra.

Poco se me ocurre, a pesar de que tengo cosas pendientes, y odio escribir esta confesión porque el blog parece que se está convirtiendo en el seguimiento de mis obsesiones, un sitio cada vez más ególatra, con lo poquito que ya es de por sí por naturaleza (…). Aunque mira, cierta gracia debe de tener cuando algunas personas me dicen que los desvaríos noctambulares son el apartado que más les gusta (no sé si debería alegrarme).


Me gustaría comentar dos cosas:

- El fin de semana pasado visité el nuevo centro comercial que comunica la estación de autobuses y la estación de tren (la Estación María Zambrano). Iba a coger el autobús para volver a mi casa (de la que volvería a salir casi al instante de mi llegada) y me metí para verlo. No me gustó casi nada, es enorme y está lleno de las mismas tiendas de siempre, repetidas y variadas: tienda de ropa, tienda de ropa, tienda de complementos, tienda de ropa y McDonnalds. Continuamos el pasillo: tienda de ropa, tienda de ropa, tienda de zapatos, tienda de complementos, restaurante. Subimos la escalera mecánica: tienda de ropa, tienda de ropa rapera, tienda de regalos, ¡un cine!, tienda de ropa, tienda de ropa y restaurante de comida rápida que no es un McDonnalds. Podrían haber puesto una tienda de discos y de películas… Por supuesto, el hecho de que inauguren a principios de diciembre tiene poco que ver con la pronta llegada de la navidad.

- Ya hablé una vez de la película Bird, del tema Laura de Charlie Parker y mi lacrimosa admiración por esta pieza. Que yo conozca, hay dos grabaciones de esta obra: la del disco Charlie Parker with strings (la copia que siempre he tenido) y la grabación que sale en la película de Clint Eastwood (buscada por todas partes y nunca encontrada). Pues estaba ojeando en la tienda de discos Candilejas cuando descubro la banda sonora del film a un precio muy económico (por supuesto está Laura en la versión inédita para mí). Lo compré sin dudarlo y ahora mismo la estoy escuchando… No sé qué versión me gusta más. Qué limpieza de la remasterización, cómo se lo trabajaron para conseguir un sonido de calidad para la película. Todos los temas son una gozada, pero aparte de Laura, la versión de April in Paris es la segunda que me deja completamente desnudo. El bebop incontrolado de las demás pistas obliga a mi cuerpecito a dar pequeños saltitos.


Menudo estancamiento, pero ahora sí, la semana que viene (tengo muchas ganas) estará publicado el décimo capítulo de Historias de piano (¡los que sigan la serie ya ni os acordaréis del noveno!). Eso y algún que otro desvarío noctambular muy posiblemente, hay que mantener contenta la audiencia (sí, ¡el blog se vuelve comercial, llega la navidad!).

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