sábado, julio 29, 2006

Historias de piano

Capítulo VIII: Secretos bajo un mechón rubio.

Las clases con Verónica seguían siendo un misterio. Arturo no lograba descubrir las verdaderas intenciones de su nueva alumna, nada, ninguna cosa. Al pianista le costaba mantener un ritmo en clase, a veces, ni siquiera se podían considerar clases, pues Verónica interrumpía las lecciones y preguntaba a Arturo sobre sus aspectos personales, o sobre aparentes banalidades para llegar a lo reservado. Pese a las desconfianzas, Arturo mantenía en las clases un estado agradable, empezaba a encontrar gracioso todo ese asunto. Verónica, aún sin piano en casa, claro, había aprendido algo.
- No está mal -analizó Arturo- por fin has aprendido la canción de cuna.
- Y sin piano en casa, ¿eh? -se vanagloriaba Verónica-. ¡Ni Beethoven!
- Ha costado, pero me alegra ver que algo hemos montado.
- ¡El teclado que pinté en mi escritorio ha servido de mucho!
- Pues no lo borres, para la semana que viene cuida los matices.
- ¿Y cómo lo hago si no puedo escucharme? -se quejó Verónica.
- Ese es problema de tu piano, no mío. La clase terminó.
Arturo cerró la tapa, Verónica maquinaba en su cabeza.
- Querido maestro, hoy estás un poco más arreglado de lo normal, ¿sales esta noche?
- Sí, por el centro -error, Arturo se arrepintió al instante de afirmar esa pregunta.
- Yo también salgo, con mi novio, ¿por dónde sales?
- Cerca del puerto, por esos bares -mintió Arturo.
- Podríamos vernos. ¿Qué te parece?
- No salgo con mis alumnos.
- Un día te convenceré.
Arturo imaginaba lo inoportuno que podría ser salir con Verónica de copas, sería caer en su extraño juego, aunque por otro lado, el mejor modo de averiguar algo.

Una cena solo y frugal escuchando a Mahler y a la calle. La noche era fría, de final de invierno. En el aire intoxicado de humo y rocío podía adivinarse el temprano olor de la primavera. Pronto, Arturo tendría que volver a escuchar el primer tiempo de la primavera de Las cuatro estaciones. Cada mes, el pianista tenía como costumbre escuchar el tiempo que correspondía de la obra de Vivaldi. Manías de un músico incomprendido; aunque, sí es cierto que, cuando Arturo alcanzó la fama como reconocidísimo músico, continuó cumpliendo el ritual.
El Café Jazz seguía siendo el rincón favorito del pianista, horas muertas de jazz y alcohol; no sabría Arturo vislumbrar si toda esa mezcolanza le aliviaba o le cargaba más. Lo que sí creía reconocer es que, en las últimas visitas esperaba encontrar a la mujer del largo vestido negro, la mujer rubia del mechón sobre el ojo izquierdo, aquella de nombre desconocido. No la veía desde fin de año. Pero, esta vez, su paseo nocturno tendría éxito: entró en el local, el saxo del pájaro Parker revoloteaba en los agudos de una escala. En ese torbellino musical, íntimo y frénetico estaba ella sentada en la butaca de siempre. La mujer misteriosa lo vio y levantó su mano indicando un asiento libre. Arturo se sentó y pidió un Southern confort, no hace falta decir que la invitó a una copa.
- Tengo que confesarte que me alegra mucho encontrarte -empezó Arturo.
- Oh, pianista, yo también, claro -respondió ella, con su voz de grave sensualidad, esa voz tan suya.
- ¿Qué tal estás?
- Bien. ¿Y tú?
- Bien, bien…
- Cada uno con sus secretos -sonrió ella, cruzando las piernas para apoyar su codo.
- Podrías decirme tu nombre, y ya es uno menos.
- Podrías decirme tú el tuyo.
Arturo sonrió, le encantaba esa batalla.
- Está bien, te diré mi nombre. El verdadero, el único. Me llamo…
La mujer del mechón sobre el ojo puso el dedo índice en los labios de Arturo.
- Shhhh. A su tiempo.
Retiró su fino dedo con una casi imperceptible caricia, Arturo cayó en la sutileza del roce. La mujer del ojo oculto bajo el mechón sacó un cigarrillo de una tabaquera negra, Arturo sacó el mechero para encenderlo. Ella aspiró, el humo salió, le miró a los ojos agradeciéndolo.
- ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? -preguntó ella-. En fin de año, ¿verdad?
- Eso creo -dudó falsamente, bien sabía él que era ese día. Ella sonrió.
- Oh, sí. Te tuviste que ir, te llamaron al teléfono. Y como no volviste, al final tuve razón: te fuiste con otra mujer.
Arturo no podía admitirlo, era totalmente cierto, la noche en la que todo empezó con Blanca. Pero no podía reconocérselo, esa mujer era consciente de todo.
- No volví, es cierto -se disculpaba Arturo-. Pero eso no quiere decir que me fuera con otra mujer, sigues viéndome como un mujeriego. Se trataba de un amigo.
La mujer rubia del vestido negro se rió.
- ¡Reconozco que sabes mentir muy bien! Pero me percato de cualquier coartada, forma parte de mi experiencia.
- Esta vez podrías estar equivocada.
Ella miró al frente, dio una larga calada y las volutas se fundieron con las notas de Parker. Sin duda, esa noche del Café Jazz estaba dedicada al inmortal Bird. Segundos más tardes, la mujer del mechón rubio sobre el ojo contraatacó sorprendentemente.
- Blanca es una mujer muy insegura y estancada. Que haya vuelto atrás no fue culpa tuya.
Arturo se quedó inmóvil, casi se le desliza el hielo de la copa por la garganta. No pudo siquiera ocultar un mínimo gesto, ¿cómo era posible que supiera todo eso? Ella pareció escuchar la pregunta y sonrió. Ya tarde, Arturo intentó disfrazar su impresión.
- Ella prefirió marcharse. Es lo que quería, me parece bien -dilucidó Arturo-. No sabía que conocieras a Blanca.
- En realidad ella no me conoce.
- Pero, sin embargo, sabes todo eso…
- Hoy he decidido sorprenderte. ¿Cuántas sorpresas quieres?
Arturo no sabía qué gesto mostrar, qué mueca, la impresión lo anulaba de nuevo.
- Voy a sorprenderte tres veces, ¿de acuerdo? Ya llevo una sorpresa.
Arturo reaccionó, era hora de aclarar todo eso.
- No conoces a Blanca pero en realidad sabes ese asunto, ¿cómo es posible?
- Ella no me conoce, sólo un poco de vista. O mejor dicho: de oída.
- ¿De oída?
Ella bebió sonriente, quería prolongar la impaciente espera de la respuesta.
- Era su vecina, toco el violín.
La segunda sorpresa descubierta: La vecina que tocaba el violín, la que en cierta ocasión se refirió Blanca. El violín y que Arturo escuchó justamente el último día que vio a Blanca. Esa violinista era la mujer del largo mechón sobre el ojo izquierdo.
- ¡Tú eras la que tocaba el pasaje lento de En un mercado persa!
- No recuerdo en qué momento. Vaya, ¿me escuchaste?
Arturo no supo si esa cuestión era realmente una pregunta inocente.
- Entonces vives allí.
- No, ahora no.
- ¿Ahora no?
Ella volvió a sonreír, sabía que dominaba la conversación.
- Suelo mudarme a menudo.
- ¿A causa de tu misterioso trabajo, del violín? ¿Por qué no me dijiste que tocabas? No sabemos nuestros nombres, pero tú sí sabías que soy pianista.
- No soy la única que guarda secretos.
- De acuerdo -Arturo reorientó la conversación-. Podríamos hacer un dúo, tocar a Elgar, el Salut d’amour.
La mujer del ojo oculto bajo el mechón echó la cabeza hacia atrás, sonriente. En el breve balanceo, Arturo intentó atisbar un asomo de su rostro oculto. Fue imposible. Ella se incorporó, miró fijamente a Arturo y dio otra larga calada. El humo salió en forma de espiral, como si se tratara de un ardid hipnótico. Siguieron escudriñándose los ojos, es decir, los dos ojos de Arturo al único visible de ella.
- Ya sé porqué miras con un solo ojo, porqué ocultas el izquierdo.
- Dime porqué lo hago.
- Porque tienen tanta fuerza que, si miraras con los dos, romperías el mundo en mil pedazos.
Ella se mostró en un principio halagada, pero segundos después, su sonrisa se volvió críptica. Volvió la cara, miraba al frente.
- En cierto modo, tienes razón -atestiguó ella con cierto pesar.
- Descúbremelo. Hay muchos puntos que me gustaría aclarar. En realidad no me has respondido a nada, sólo has creado más preguntas.
- Me encantaría -dijo levantándose de la butaca-. Pero esta vez soy yo la que se tiene que ir.
- ¿Es una venganza por la última vez?
- Puede ser -sonrió ella-. No, me tengo que marchar.
- Nos veremos por aquí, violinista.
- Eso espero, pianista.
Caminó elegantemente hacia la puerta, Arturo recordó que la violinista aseguró que le sorprendería tres veces, y sólo le había impresionado dos. En esas cavilaciones, la mujer del mechón rubio sobre el ojo se volvió.
- Cuídate, Arturo.
Ahí está, la tercera sorpresa. Aunque, Arturo se preguntó si debería sorprenderse por el hecho de que supiese su nombre, o, en cambio, por el tono preventivo de ese cuídate. Allí lo dejó ella, anonadado por todo, con una copa y muchas preguntas. En el local sonaba Charlie Parker con I'm in the mood for love.

Una hora más tarde, y tras bañar las incertidumbres en alcohol, Arturo salió a la calle, a la noche fresca. Se detuvo: en su bolsillo sonaba el móvil, en al pantalla aparecía el nombre de Blanca. Era ese momento, aquel en el que Arturo, en un futuro, se arrepentiría de no haber respondido a esa llamada.

miércoles, julio 26, 2006

El pacto con la mala suerte

(Desvaríos noctambulares)

Mi madre cree que tiene una racha de mala suerte o que la ha tenido.
Estaba conduciendo cuando tres gatos se cruzaron. Uno se detuvo y lo atropelló. Mi madre y mi hermano lo recogieron, el gato yacía vivo en el suelo, con la mandíbula rota. A la mañana siguiente lo llevaron a un veterinario que diagnosticó la rotura bucal y otras heridas. Poco se podía hacer: el gato no conseguiría comer ni beber por sí mismo, al menos, hasta que se recuperara tardíamente tras una operación. Mi madre nos lo contaba: “animalillo, animalillo…”. Le llamó mucho la atención que uno de los gatos que lograron cruzar con éxito se volviera para comprobar lo que le había pasado a su compañero gatuno.

Mi madre dijo que había roto un espejo, que eso supuestamente traía mala suerte. A la noche, se le cayó la figurita del niño Jesús de su cama y se partió la pierna. Hoy por la mañana, mi hermana me dijo al llegar del gimnasio que el gatillo había muerto en la operación. Cuando mi madre regresó del trabajo, mi hermano le explicó, y unas lagrimillas le salieron.

No creo que exista la mala suerte, es sólo una frase hecha, un sinónimo supersticioso de las inoportunas coincidencias, del todo al revés. Tengo lo mío de todo eso, y no me importa acumular siempre y cuando el invisible y supuesto azar no se dedique a molestar y a joder a mis seres queridos. Me gustaría saber dónde tengo que firmar para eso.

jueves, julio 20, 2006

La publicidad escarlata

(Desvaríos noctambulares)

Estoy vacunado contra la publicidad, la tengo calada. Sé cómo actúa, cuáles son sus intenciones, cómo intenta manipularnos insertándonos hilos en los ojos, en la boca, en la nariz, en las orejas, en el tacto, y, sobretodo, en el sexo (el tabú sexual en la publicidad cayó hace ya muchos años). Pero esos hilos ya no se pegan en mi tiernecito cuerpo, ya no soy un títere de la publicidad.
He estudiado un poco de todo esto y de la infraestructura económica que guía a las empresas. El capital es el centro de toda la sociedad. ¡Todo se publicita! Todo nos quieren vender, nos tratan como pedazos de carnes irracionales cuya primera necesidad es comprar, comprar y comprar. Según ellos, si no lo hacemos seremos feos, inútiles y lo que es peor: no iremos a la moda. Por eso, rechazo casi toda la publicidad que llega a nuestros estímulos. ¡No somos adictos al producto mercantil! La voluntad es mi arma, y es difícil anular con ella todas las tentaciones publicitarias. Que, por cierto, paraos a pensar la cantidad de publicidad que percibimos al día consciente e inconscientemente. Es una barbaridad.

Pero, aunque es cierto que la gran mayoría de la publicidad es penosa en cuanto a calidad y mensaje, hay un porcentaje de anuncios que son una auténtica maravilla. A veces, incluso se habla de obra de arte que sirve a la publicidad. Son aquellos anuncios tan originales, emotivos, que llegan al espectador con el verdadero poder crítico de la palabra inteligente. Admiro ese tipo de publicidad, prefiero que me vendan un producto con una campaña de este tipo a una cutrez que ni siquiera se avergüenza de tratarme como un gilipollas. El anuncio del primer tipo influiría más en mí que el segundo, pero yo estoy prevenido.

Mi actriz favorita, la profesional, joven y deslumbrante Scarlett Johansson ya ha participado en varios anuncios: uno de un perfume, otro de un gel y, en estas fechas, en los televisores españoles han repuesto el del lápiz de labios.
En este spot, Scarlett aparece bellísima sentada en una silla giratoria semicircular, sonríe seductora, toma con sumo estilo el tarrito luminoso y se aplica en sus protuberantes labios el pastoso mejunje brillante. Entonces, la señorita Scarlett termina sus guionizadas frases:


Haz que tu mundo brille, porque tú lo vales.


Hoy lo he vuelto a ver. No es un anuncio que destaque por su originalidad, sólo por la elegante fotografía y el cuidado maquillaje. Su mensaje, por medio de la sensual Scarlett, es simple. Pero no, claro, a mí no me afecta...




¿¡Cuántas barras de labios necesito para que mi mundo brille!? ¡Dime Scarlett! ¿¡Cuántas tengo que comprar para que yo lo valga!?

martes, julio 18, 2006

Insultos contra uno mismo

(Desvaríos noctambulares)

¡Idiota, imbécil, gilipollas, capullo…!

Es algo que no puedo evitar, cuando he hecho mal o cuando algo no me ha salido bien, me ataco a destajo con tacos reflexivos. Una mala pata y… salen solos, uno tras otro, como una boca ametralladora escupiendo balas. ¡No lo puedo evitar! No sé cuánto tiempo hace que empecé a hacerlo, diría que años. Pero no todos estos ataques son acusadores, a veces, cuando son tonterías, es en plan bromista. Depende del caso, claro. Tiene cierta gracia.

Nunca he ido a un psicoanalista, pero me pregunto qué opinarían de mi incontrolable ataque de tacos. Alguno de estos profesionales quizás dijese que es una buena práctica, aunque en principio no lo parezca, porque al fin y al cabo se trata de palabras que frenan un intento de ira físico. Es decir, mejor insultarme que arremeter un puñetazo directo a un cristal (o a un espejo, pues en él me veo la carita). Y concluiría orgulloso su teoría argumentando que, a la larga, me cansaría de regalarme tales halagos y finalmente se disiparían.
Por otro lado, puede que otro profesional dicte todo lo contrario: que tenga que abandonar esa práctica inmediatamente, ¡ni una palabrota más! Exageraría exponiendo que esas injurias contra uno mismo no provocarían otra cosa sino aumentar la montaña de infravaloración y desprecio contra mi persona. Un veneno contra uno mismo, diría, que intente buscar otras vías de escape como espachurrar una bolita de goma, jugar al Doom o echar a correr hasta que se caigan los insultos atrancados en la garganta… (el sexo bacanal y el alcohol a litros no estarían seguramente entre las opciones de relajamiento, ¡lástima!).
En ese caso, los dos psicoanalistas se contradicen.

¿Cómo sabe uno cuál es el mejor método a seguir? Muchas personas a las que aprecio me ofrecen consejo, apoyo o ayuda ante inseguridades, problemas y preocupaciones. Unos me dicen: “Oh vamos, olvídate ya de eso, tienes que pasar a otra cosa, se perdió, es lo mejor que puedes hacer”. Otros me animan con la receta contraria: “¡Adelante! Si es lo que quieres, mira tu esfuerzo, vas por buen camino, eres capaz, ¡no lo dejes escapar!”. La gente se contradice. Pero prefiero esas ayudas confusas a la nada, a mi propia visión desubicada. Se necesitan, aunque puedas volverte más loco y los tacos aumenten. Y actúo, pero siempre hay impedimentos pintados como imposibles, como si el mundo no me dejara hacer. Eso es lo que parece. Ahora, inclsuo yo mismo y mis deseos somos puras contradicciones.

Un respiro, una pausa, puntos pensativos.

(...)


¡Idiota, imbécil, gilipollas…!

viernes, julio 14, 2006

PMC

(La caja de música)




PMC







Agradecimientos a:

Antonio, por la grabación y su amable producción.
Juanma, Hans Levirsson y náufrago, por la edición musical. (Y gracias también por su paciencia…).
Andrew, persistente retiniano, por su ayuda en la subida del podcast.



martes, julio 11, 2006

Un tigrecito inquieto

(El proyector cascado)



Lee la crítica de El tigre y la nieve (La tigre e la neve) pinchando en el cartel francés de la película.

Noticias, estrenos, críticas... en Persistencia retiniana.

domingo, julio 09, 2006

Cowboy de medianoche: el acuerdo del cigarro

(Relatos bajo el flexo)

Ocho golpes en la puerta, una secuencia rítmica que Alex conocía: Noemí esperaba cantando al otro lado. Alex revisó su habitación y abrió. Noemí chilló su nombre, lo abrazó y lo besó. Pasó dentro, observando cada rincón del cuarto, descubriendo objetos nuevos, comprobando los que seguían estando allí y aquellos otros que simplemente habían dejado de estar.
- ¡Esto no ha cambiado mucho! -exclamó contenta.
- No hace tanto que no vienes.
- Un mes. ¡Ey! ¿No me vas a decir nada?
Alex pensó unos segundos para dar con la respuesta que no decepcionase a su compañera.
- Te echaba mucho de menos.
- Eso ya lo sé, tonto. ¡No te acuerdas!
En medio de la habitación, Noemí extendió sus brazos y movió a un lado sus perfectas caderas, acabando en una estrambótica pose.
- ¡El vestido rojo! -cayó Alex.
- ¡Sí! -Noemí saltó, era tan alta que casi se pegaba contra el techo-. Te dije que la próxima vez vendría de rojo.
- Estás explosiva. ¿Todo lo llevas combinado de rojo?
- Eso tendrás que averiguarlo por tu cuenta.
Noemí se acercó a Alex y se volvieron a besar, fue un largo y revoltoso beso.
- ¿Tienes vino? -preguntó ella.
- Sí, siéntate.
Alex trajo de la cocina una botella de vino y dos copas, las puso sobre la mesa y sirvió a Noemí. Ella estaba encogida con las manos cruzadas sobre los hombros y lo miraba con unos enormes ojos pintados. Alex pensó que estaba preciosa, la habría besado en ese momento pero no quería que ella cambiara de posición, quería seguir viéndola así el tiempo que mantuviera esa pose. Estaba realmente linda. Alex se sirvió una copa.
- ¿Qué mirabas? -preguntó ella con interés.
- Nada, venga cuéntame.
- Alex -suspiró-, ya te dije que necesitaba venir, pero he estado tan liada que no podía ni conmigo misma.
- ¿Otras vez el trabajo?
- ¡Estoy hasta el moño! -Noemí alzó los brazos desesperada-. Mi jefe me hace la vida imposible y mi madre sigue amenazando a mi padre con pleitos y más pleitos. Y por si fuera poco, el gilipollas me sigue acosando. El día que le dé una buena ostia…
Noemí tomó la copa y se la bebió de un trago.
- ¿Me pones otra?
- Tranquila -Alex servía más vino-, tranquila…
- Hace dos semanas que quería venir a verte -lo interrumpió Noemí-, ni siquiera he podido salir por las noches de lo ocupada que estaba.
- Imagino…
- ¡Todos me presionan! Pero cuando me llamaste… Oh, qué tierno, no sabes la alegría que me diste, Alex.
- Pues hoy olvídate de todo lo estresante, para eso estás aquí.
- Ya, ya. ¿Y tú, qué me cuentas?
- Te cuento una buena noticia.
- ¿A ver, a ver? -Noemí se echó sobre la mesa mirando directamente a Alex.
- Imaginaba que seguirías igual, así que le hablé de ti al amigo que lleva el estudio fotográfico. ¿Te acuerdas?
- ¡Le hablaste de mí!
- Está interesado en verte, puede que te contrate. Luego te paso su teléfono.
- ¡Alex, eres un cielo!
Noemí se echó aún más sobre la mesa y besó a Alex, luego se levantó y su rodilla golpeó la mesa, las copas temblequearon.
- Ven anda.
Alex apuró la copa y estiró los brazos, sabía lo que ella buscaba. Se abrazaron y se besaron, Alex empezaba a sentir el vigor incombustible de Noemí.
- Con cuidado, ¿eh? -le avisó Alex-. Todavía tengo la cicatriz de tu colmillo.
Noemí besó a Alex.
- Cuánto lo necesitaba. Necesito ver de nuevo el tatuaje de la tortuga.
- No, que muerdes.
Noemí se rió mostrando sus colmillos.
- Quítame lo de arriba, venga.
A ciegas, Alex intentaba acertar con el broche del top de Noemí, pero el diminuto cierre se resistía.
- ¿Un experto como tú aún no sabe cómo desabrochar esto?
- ¡Algunas son un poco complicadas! La ropa femenina es todo un mundo.
- Mucho saber bailar, conversar, por supuesto follar… ¿y no sabes desabrochar mi top?
Entonces se empezaron a desnudar a medida que iban a la cama, la ropa marcaba un camino por la habitación.
- Lo descubrí -dijo Alex cuando la falda de Noemí voló despacio y aterrizó con el vino.- Todo lo tienes conjuntado de rojo.
Una carcajada estridente de Noemí se escuchó en el último piso. Apagaron las luces e hicieron el amor varias veces. Noemí era una chica insaciable, su sed erótica se multiplicaba en cada encuentro. Muchas vueltas tuvieron que dar para que Noemí cayera en un sueño profundo, más de dos horas de movimientos desenfrenados. Noemí era toda una fiera, pero cuando dormía parecía una niña pequeña… A Alex eso le parecía muy curioso y entrañable, le gustaba verla dormir. Estaba sentado sobre la almohada y miraba el negro vacío, le tranquilizaba la respiración sosegada de su compañera.
- Últimamente me ha estado doliendo el estómago, era un dolor intensísimo -decía Alex a media voz-. No quiero ir al médico, es lo único a lo que me resisto ir solo. No he ido y no iré. No es porque lo tema, simplemente no quiero ir. Algún alimento me ocasionaría una mala digestión, ya apenas me ocurre.
Miró a Noemí, seguía durmiendo plácidamente.
- Me gusta estar solo. Ya sabes que vienen por aquí muchas mujeres, me llena darles placer y ayudarlas en algo. Hay mucha gente que no entiende esta soledad. A mí me sienta bien. Pero hay algo que sí temo, y es que llegue un momento en el que ya no te creas esa forma de vida. Simplemente no querer ir, como lo del médico, pero con todo lo que hagas. No querer ir a comprar, a un concierto, al cine, a pasear, a comer en el bar de la esquina… todo por no querer hacerlo solo. Si eso ocurre, si llega un momento en el que no te lo crees, ¿qué es lo que tienes que hacer? No quiero plantearme esa pregunta. Creo que me gusta como estoy.

La rápida lentitud del amanecer y a las diez de la mañana Alex seguía despierto. Noemí se desperezó moviendo toda la sábana y bostezando con un placentero “aaaah”.
- ¡Qué noche, corazón! Varios polvos impresionantes y un sueño completo y renovador. Debería vivir contigo, Alex. Necesito uno.
Noemí rebuscó en su bolso en el suelo y extrajo un cigarrillo, lo encendió y dio una larga calada. Se volvió a Alex y le rodeó el cuello con sus brazos.
- ¿Qué haces? -preguntó molesto Alex.
- Fumo un cigarrillo.
Alex miró al vacío unos segundos y salió de la cama.
- ¡Alex! ¿Qué te pasa?
- Me dijiste que dejarías el tabaco.
Noemí se llevó una mano a la cara, Alex se vestía.
- ¡Lo he dejado! ¡Éste era excepcional!
- Me da igual, dijiste que lo dejarías.
- ¡Vamos Alex, créeme! ¡Sólo fumo tres al día, ya no fumo un paquete entero como antes! Joder, ¡tendré que dejarlo poco a poco! El próximo día lo habré dejado del todo, te lo juro.
Alex la miró firmemente.
- Eso espero. Si no, muy a mi pesar me mosquearé contigo. Ibas a dejar de meterte esa mierda.
Noemí dejó el cigarro, salió de la cama y empezó a vestirse.
- ¿Soy la única a quien haces cumplir tratos y acuerdos?
- Tengo otros casos por ahí.
- ¿Y qué me dices de ti? Yo dejaba de fumar y tú me contarías más cosas sobre ti, ¡eres una caja fuerte! Tú tampoco lo cumples.
- Sí que lo cumplo -dijo sonriente Alex-, lo que pasa es que después de la diversión caes rendida y no me escuchas.
- ¡Sí claro! Escurre el bulto, encima riéndose…
Alex se acercó a Noemí y la abrazó.
- Llámame pronto contándome lo de la fotografía. No más mierda en tus pulmones y no más presiones, deslígate de ellas.
- Sí, sí… y lo del tabaco no es ninguna presión, claro.
- Confías en mí y sabes que es por tu bien: es el tabaco quien te presiona, no yo.
- Bromeaba, corazón. Si ya lo sé. Oye, me tengo que ir pero tengo un problema: ¿dónde puse el sujetador?



Ilustración: Red woman in dreams, Coco Angel.

viernes, julio 07, 2006

Un cantautor, de verdad

(Tinta fresca)

Comprendo que haya gente a la que quizás le decepcionase el contenido de este blog. Mi sospecha es clara: este sitio se titula Cantautores mudos y, desde su creación allá en marzo, no ha habido ni un solo post sobre estos cantantes. A mí me gustan mucho los cantautores (uno de mis sueños es cantar en un escenario mis propias canciones), y por algo los uso como símil en este blog. Pero algún nuevo visitante con intención de leer algo sobre cantautores puede sentirse defraudado. Aun así, hoy va dedicado el escrito a un cantautor de verdad.

Avisado nuevamente por la incondicional cantautera Elendaewen (Ardid), esta tarde-noche me he pasado por el centro para ver en directo a Jose Antonio Delgado, cantautor gaditano, hijo adoptivo de Málaga. Un pequeño escenario montado en la plaza de la calle Nueva, fue el lugar de la función; con público numeroso, nada despreciable. Al no ser esta vez el corriente rincón de bar íntimo, en la plaza había desde niños hasta mayores, incluyendo un Yorkshire que ladraba enfurecido cada vez que el público aplaudía. Sólo escuché previamente un par de canciones, esta es la primera vez que veo en directo a Jose Antonio Delgado. Sus temas, la gran mayoría (al menos lo que comprobé en el directo), son un canto optimista y vivaz de la vida, del amor, claro. Unas melodías muy llamativas y pegadizas, sustentadas en acordes que sorprendieron numerosas veces. Interpretó con su guitarra acústica y su voz La envidia del mundo, Canción de invierno... Algunas canciones prestadas, como Tus palabras, (de Nacho Artacho) o una de un compositor canario, que llamó bastante la atención: El titulito (no sé el nombre de algunas canciones y de sus compositores, lo siento). Un par de colaboraciones: una con el mismo Nacho Artacho, cantando Nana; y otras dos (una de ellas la simpática El titulito) con un colega de Jose Antonio Delgado, el encargado de vender sus discos a posibles compradores (pero el colega se encontraba de pie, a mi lado, y estuvo bastante entretenido con unas estudiantes extranjeras, a las que, por supuesto, les dedicó una de las canciones).
Una hora de concierto, buen sonido y ambiente. Aplausos, coros, algunas caras conocidas y otras que supuestamente lo eran. Una primera toma de contacto estupenda con el cantautor gaditano.

lunes, julio 03, 2006

Preludio Mudánima

(La caja de música)




Un iluso que sueña con lo ajeno,
alguien que escucha una canción sin música,
un amante olvidado que se pierde entre las sábanas de una cama,
una risa que retumba en un vientre,
o un abrazo a escondidas, interminable.

Ocurre sin que se percate nadie,
los versos de los cantautores mudos.



Preludio Mudánima





Agradecimientos a:

Antonio, el futuro Joe Satriani, por la grabación y la producción.
Juanma, Hans Levirsson y náufrago, por la edición musical.
Andrew, persistente retiniano, por su ayuda en la subida del podcast.

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