viernes, junio 30, 2006

Desconocidos sonrientes

(Desvaríos noctambulares)

Esta tarde, en la cafetería de la facultad, he sido partícipe de una conversación breve y peculiar con una desconocida.
Llegué a la cafetería. Tenía aún camino que hacer en Teatinos, así que mi intención era comprar una botella de agua. En la barra estaban el camarero y una chica al otro lado. El chaval que estaba en la barra era un latinoamericano agradable que me ha atendido numerosas veces, es uno de los que mejor trata a los clientes. La chica también parecía latina, y como estaban solos, imaginé que eran amigos, novios, conocidos o lo que fuesen. Pedí amigablemente la botella con palabras y gestos. La chica, a mi lado, dijo:
- Qué simpático es, ¿eh?
Como el chaval fue a por la botellita supe que me hablaba a mí.
- ¿Quién, él?
- No, tú -señaló ella adorablemente-. Pidiendo la botella con una sonrisa.
- Ah, pues muchas gracias… -me ruboricé sólo un poco.
El camarero trajo la botella y pagué.
- Aquí tiene también los cinco céntimos -dije dándole el dinero.
- Míralo con su sonrisa -volvió a decir ella.
- ¿Quién?
- Tú.
- Ah, pues muchas gracias… -agradecí de nuevo un poco más ruborizado.
El camarero trajo la vuelta.
- Pues tú tampoco dejas de sonreír -le dije a ella.
- Claro, hay que sonreír, porque la vida te come si no…
No recuerdo las palabras exactas, pero quiso decir que sonreía porque así se defendía y afrontaba los problemas, una reacción agradable ante la vida.
- Claro -la secundé-, si no la vida no te come... te devora.
Ella me dio la razón con su sonrisa, que no había cesado. Con la botella en mano me despedí de los dos y me fui.

Fuera de la facultad, me pareció muy graciosa esa breve escena. No muchas personas te dicen algo así porque sí, con ese trato de desconocida confianza tan respetuosa. Recordé lo que dije y pensé que fue una chorrada eso de la sonrisa. Me dejé llevar por sus palabras y la secundé, pero me di cuenta de que realmente no pensaba así. Una sonrisa no ayuda a que no te devoren en la vida. Una sonrisa puede ayudar a levantar ánimos pesados, a ruborizar y caldear. También, puede que alguna vez una mujer (o un hombre, por qué no) haya salido de algún problema por una impecable sonrisa... pero sería algo excepcional. Resumiendo, y como consta por escrito una chica que conozco: una sonrisa es una línea curva que puede “enderezar” todo. Sí, estoy de acuerdo, pero una sonrisa no puede defenderte y librarte de que te devore la vida. Depende del punto de vista, supongo. Quizás no debería tomármelo tan en serio, no era un discurso filosófico, sólo una conversación amigable. Pero lo cierto es que me dejé llevar por las palabras de esa chica tan linda. Me animó.

martes, junio 27, 2006

Historias de piano

Capítulo VII: La nueva alumna

El preludio número uno de Bach sonaba mientras Arturo caminaba por la habitación. El pianista había vuelto a su vida anterior: las clases de piano sin vacaciones, los pequeños conciertos sin compañía, su vida íntima sin compartir y las salidas por la noche por el centro. Volvió a tomar copas en el Café Jazz, pero no había vuelto a encontrarse con la rubia del largo mechón sobre el ojo. A diferencia de antes, el pianista divagaba con más profundidad.
- Arturo -lo llamó Irene-, que ya he terminado.
- Bien, muy bien -dijo Arturo tomando consciencia de la realidad. La niña movió unas partituras.
- ¿Me puedes tocar esto de Blanca?
- ¿Cómo?
- Esta partitura encima de la mesa, a lápiz.
Arturo cogió la partitura y la colocó en un rincón.
- No está acabada, Irene.
- Venga, tócala, por favor -suplicó la niña con su vocecita.
Si hay algo con lo que no puede Arturo, eso es la dulce intención de una niña. Se sentó al piano y colocó el esbozo de partitura en el atril.
- ¿Blanca es una persona? -preguntó Irene.
- No… -mintió Arturo-. Es una composición dedicada al color.
- ¿Tocas para el color blanco? ¿Y porqué blanca y no blanco?
- Haces demasiadas preguntas, Irene -le sonrió Arturo-. En verdad haces bien, porque de mayor no te responderán la mayoría.
Arturo comenzó a tocar la pieza titulada Blanca. Una composición minimalista con continuas modulaciones. Cuando la terminó, Irene dijo:
- No sé si es alegre o triste.
- ¿Te gustó?
- Sí -y se rió-: sin duda Blanca es una mujer.
- ¿Y tú eres una niña? Bueno, repite el preludio, cuidado con el tempo.
Blanca ocupaba gran parte de los pensamientos de Arturo.

La clase terminó y Arturo se metió en la ducha. En mitad de su higiene, alguien llamó a la puerta, cosa que le molestaba enormemente. El pianista apagó la ducha y se cortó el sonido del agua, volvieron a llamar. “Mierda”, pensó. Y alzó la voz: “¡Ahora no puedo abrir, venga más tarde!”. Esperó, el grifo goteó cinco veces; abrió el agua y llamaron de nuevo a la puerta. Arturo salió de la bañera, al apoyar el pie resbaló y su brazo dio con la esquina sobresaliente de un mueble de espejo. No se cortó de milagro, pero el dolor y el moratón era inevitable. El pianista se secó rápidamente, y salió con los pantalones y una toalla enrollada al cuello. Una chica esperaba detrás de la puerta, al verlo, no pudo evitar mirar el pecho desnudo. Ocultó una pequeña sonrisa.
- Perdona, ¿eres Arturo?
- Sí -respondió con cierta molestia.
- ¿El pianista?
- Sí.
- Vengo a que me des clases de piano.
- ¿Dónde te informaste?
- Vi un cartel -dijo sin importancia.
Un rápido vistazo echó Arturo a la joven mujer: llevaba una falda corta con la que lucía sus largas piernas y una camiseta ceñida. Sobre el pelo castaño y ondulado unas gafas de sol. Un piercing relucía en la aleta derecha de la nariz, Arturo no soportaba esos pendientes y aros que colgaban del cuerpo, a excepción de las orejas. La chica no tenía más de veinte años.
- ¿Cómo te llamas?
- Verónica.
- Entra y espera un momento, Verónica.

La chica curioseaba la habitación de Arturo, las estanterías repletas de discos, cargadas de libros, partituras y películas. No se detenía en ningún título, quizás buscaba algo que no fuese tan repetitivo. Arturo entró en la habitación completamente vestido.
- Así que quieres dar clases -concretó Arturo.
- Sí, ¿por qué tardaste en responder? ¿No quieres darme clase?
- Eres directa, no pienses eso. Dijiste que viste un cartel. Hace más de un mes que no publicito mis clases por carteles, no queda ninguno.
- Pues alguno te habrá quedado.
- Será eso -Arturo cambió de tema-. ¿Vives en el centro?
- Sí, tengo que coger un autobús.
- Las clases son de dos horas, puedes elegir un día a la semana o dos.
- Mejor dos, no me importa el precio.
- Quince euros la clase. ¿Qué te parece el martes y el jueves a las siete?
- Estupendo -sonrió Verónica-. Qué rápido hemos concretado.
- En un conservatorio habrías tardado semanas. Si no tienes ninguna pregunta nos vemos este jueves.
- Hasta el jueves.

El día de la primera clase, Arturo esperaba a Verónica. Fue un mal comienzo: la nueva alumna se retrasó quince minutos.
- La próxima vez intenta ser puntual -avisó Arturo.
- Perdona, estaba en una tienda comprando y se me hizo tarde.
- Si hubieses llegado tarde porque se retrasó el autobús o porque estuviste contemplando una escultura y se te fue el tiempo, lo habría dejado pasar.
- Bueno, soy sincera. No llegaré tarde, perdona.
- Es el primer día, lo olvidaremos. Siéntate al piano.
Verónica se sentó, Arturo sacó unas hojas de una carpeta.
- ¿Sabes algo de música?
- No, nada de nada.
- Bueno, algo sí sabrás, sabrás quién es Beethoven.
- Sí, eso sí lo sé.
- De acuerdo. Entonces, también tendrás que aprender a solfear. Hoy conocerás a fondo a las apasionantes do, mi, sol. Déjame un momento al piano.

Arturo fue explicando los conocimientos más básicos y elementales a su nueva alumna: esas tres notas, y, como figuras: la negra, la corchea y sus respectivos silencios. Verónica no dijo mucho, simplemente asentía a lo que Arturo explicaba. Parecía algo distraída.
- Las primeras clases te parecerán un poco más aburridas -intentó animarla Arturo-, demasiada teoría. Pero lo combinaremos con mucha práctica. Cuando dentro de un par de semanas empieces a tocar obras clásicas será más entretenido.
- No tienes fotos -dijo Verónica.
- ¿Por qué preguntas eso?
- No sé, me resulta raro no ver ninguna foto.
- Tengo fotos, pero están guardadas.
- ¿Tienes novia? -volvió a preguntar Verónica.
- No, no tengo novia. ¿Por qué me haces esas preguntas?
- Intentaba ser amable, crear un ambiente de confianza -explicó sonriente, inclinando la cabeza.
Arturo sonrió, le hacía bastante gracia.
- No quiero parecer borde, pero la confianza se consiguen con el paso de un debido tiempo.
- Me gusta cómo hablas -Verónica abrió mucho los ojos, con su cabeza inclinada-. Eres un buen profesor.
- Concéntrate un poco más, pronto terminaremos.

Todos los días Arturo mandaba ejercicios y estudios prácticos a Verónica. Pero en cada nueva clase, Arturo tenía la sensación de que Verónica no trabajaba lo suficiente, carecía de convicción y empeño. Lo que no faltaban, eran las continuas preguntas de sobre cualquier asunto, nada relacionado con su formación musical, y la mayoría de las veces se trataba de intimidades. El pianista empezó a cuestionar su interés por la música. Arturo siguió comprobando que la chica apenas avanzaba. En la séptima clase, el pianista fue directo.
- ¿Por qué quieres dar clases de piano?
- ¿Y esa pregunta, Arturo?
- Responde, por favor.
- Quiero aprender, ¿no te parece?
- No -remarcó Arturo-. Irene, la niña que viene antes que tú sí quiere aprender a tocar el piano. Se le nota, ni te imaginas la pasión de esa niña. Sin embargo, tú no practicas, no muestras interés. Apuesto a que no tienes piano en casa.
Verónica miró a Arturo desafiante.
- No, no tengo piano.
- Entonces se suspenderán las clases.
- No, quiero continuar. Yo soy quien paga, así que tú debes cumplir con tu trabajo.
- Sí, tú eres quien paga, pero yo soy el profesor -Arturo no tuvo más remedio que subir la voz para dominar la situación-. Me parece una pérdida de tiempo dar clases a una alumna con dudoso interés que no está avanzando. Las clases se suspenden.
- ¡No! Tú eres el profesor, por eso obedezco a lo que digas. Pero soy yo quien paga, y me tienes que dar clases aunque mis motivos los desconozcas o aunque apenas estudie. Yo pago, vas a mi ritmo.
Arturo no daba crédito, habría echado a Verónica al instante por sus últimas palabras. La prepotencia y el orgullo de esa chica superaban todo lo que había visto. Iba a echarla, pero no lo hizo. En el fondo, a Arturo le interesaba saber dónde quería llegar Verónica. Tiene que haber una explicación a toda esa función. Algo había oculto. Por eso, concluyó la discusión.
- De momento no se suspenderán las clases -le dijo una vez había recapacitado-. Ten muy claro esto: depende de ti que se mantengan, y no por causa del dinero. Nos vemos el próximo día.
- Gracias, Arturo -dijo con tono victorioso, con su cabeza inclinada… sin duda le gustaba hacer ese gesto.



Ilustración: Woman & Piano, Sabzi.

sábado, junio 24, 2006

Moraga en un apartamento

(Desvaríos noctambulares)

A veces ocurren casualidades extrañas, como si el mundo, consciente, tejiera una red de azares a medida de las últimas vivencias. Uno, como tonto, intenta buscar explicaciones ilusorias, atisbar mensajes ocultos de un supuesto destino. Pero esas extrañas casualidades no siempre son agradables, algunas son incluso odiosas, o agridulces. Anoche ocurrió una pequeña casualidad de estas.

Estudiando de madrugada, cansado, aburrido y abrumado, enciendo la tele y me encuentro con Jack Lemmon y Shirley MacLaine: C.C. Baxter y la señorita Kubelik en El apartamento. Obra maestra maestrísima de Billy Wilder. Esa comedia romántica sobre víctimas y aprovechados, sobre hombres buenos explotados por la sociedad y amores puros e idílicos. Es una maravilla, es deliciosa, divertida, desolada... Con esa música afligida, bellísima, de Adolph Deutsh (tema central sellado en la memoria). Dejé los apuntes y me quedé viéndola, hasta el The End.

Con esta, ya era la de cuatro las veces que he visto esta película (bueno, tres y media, la pillé en la segunda hora). El final, precioso, me cautiva... siempre me ha parecido un tanto soñador y utópico, incluso ingenuo, cada vez más. Pero no deja de emocionarme. Más que la primera vez.
No parece una casualidad de esas extrañas, lo sé, pero les aseguro que tiene gran parte.

martes, junio 20, 2006

Luces

(Relatos bajo el flexo)

La carretera oscura era iluminada por los faros del coche.
Él conducía impasible con ojos entrecerrados. Ella observaba el paisaje animada, sus ojos casi tan grandes y luminosos como los faros del automóvil.
- Mira -dijo ella-. Eso de allí tiene que ser un establo. ¿Cuántos animales habrá? Nunca he ido a una granja.
- Un día te llevaré a la granja -respondió él.

Siguió conduciendo, inalterable. Ella, más ilusionada, volvió a fijarse en el paisaje.
- ¿Viste? En ese cartel ponía algo de unas aguas termales. Tiene que ser muy relajante bañarse y pasar horas y horas calentita entre rocas y agua, ¿verdad?
- Un día te llevaré a las aguas termales -dijo él, inmóvil.

Continuaba el viaje. Entre dos montañas, ella creyó ver el mar.
- ¡El mar! Pronto será verano, y en la ciudad no podemos ir. Con las ganas que tengo de ir al mar…
- Un día te llevaré al mar -dijo sin apartar la vista de la carretera.

De pronto, apareció una lejana ciudad al otro lado, miles de luces entraban por la ventanilla.
- Cuántas luces hay, míralas. Son tantas, y tan bonitas…
- Un día te llevaré a las luces -concluyó él.
Y ella se lo creyó.

lunes, junio 19, 2006

La tour Eiffel dans la chambre

(Tinta fresca)

Esta mañana ha llegado al estudio un sobre con una postal desde París.


Con cariño y mucho cuidado, coloco la torre en una de las estanterías. Me da igual que esta torre Eiffel sea más pequeña. Está metida en una tarjeta y tiene letras.


Merci beaucoup, Elendaewen (Ardid).


Agradecimientos a Rocío (Rikku) por la edición.

jueves, junio 15, 2006

Confesiones a Woody Allen (II)

(Desvaríos noctambulares)

Hola Woody, ¿qué tal estás? No pensé que tardaría tanto en dedicarte otro monólogo; aunque posiblemente pienses lo contrario, que mi desahogo vuelve demasiado pronto.
¿Escuchas? Te pongo de fondo algunas canciones de Sara Vaughan. Seguro que eso te gusta más y hace el desvarío más leve, ¿verdad?
---
Hace unos días volví a ver Delitos y faltas, una de tus películas cumbre, todo un ejemplo ilustre de combinar comedia y drama. Es esa película la que comparan continuamente con tu última, dramática y operística Match point. Por supuesto, tiene puntos en común, pero no me parece nada cierto eso de que “es igual a Delitos y faltas”. Volviendo a ésta: he de confesarte que confundía ese film con Maridos y mujeres (no sé porqué, posiblemente las vi cercanas en tiempo). Cuando volví a ver Delitos y faltas pensé que no la había visto (espero que no te decepcione, te aseguro que me di cuenta casi en la segunda secuencia). En mi opinión, hay un momento en la película en el que destrozas al espectador, en sentido emocional, claro. Cuando caí en la cuenta de que era en Delitos y faltas donde ocurría esa secuencia, me entraron unas ganas tremendas de llegar a ese punto, pero a la vez lo temía, porque iba a doler de nuevo. Es en la celebración de la boda, antes de que, por fin, coincidas en escena con Martin Landau. Es ese primer plano tuyo en el que ves llegar a Mia Farrow con Alan Alda. Hay tanta decepción en tu rostro... Cuánto abruma ese plano, cuánto dolor contenido… Me parece sublime, maravilloso, y cómo sigue toda la secuencia final. A mí me destrozaste, una de las experiencias fílmicas más llenas de mi vida.
---
Como ves, hay folios apilados por toda la cama. Folios que luego pasan al escritorio, retornan a la cama, luego al sofá, al escritorio… eso significa que estoy en época de exámenes. Terminaron las clases, exámenes de junio y fin de curso. La verdad es que este tercer año ha sido el peor (el primero lo dejo al margen, fue una desorientada toma de contacto). Ha habido momentos muy buenos, por supuesto, pero la balanza está un poco desequilibrada. Si no fuera por el grupo de amigos por el que me dejo caer y que me adoptó el segundo año, hubiese sido muy triste. Tengo que agradecerles mucho. Y ya pensando en el cuarto curso no me pinta demasiado bien, por eso de ser precisamente el último. Todo ese follón del viaje de fin carrera y la graduación, los actos de despedida son tristísimos. Eso significa que termina una época, y no querer que se termine ocurre por dos simples razones: o lo has pasado tan bien que no quieres que acabe, o has salido insatisfecho y necesitas cambiar algo, alguna pieza, antes de que sea demasiado tarde y pese. En mi caso, es una extraña mezcla de las dos cosas.
Mucha gente se dispersará cuando acabe la carrera, ¡adiós, hasta la vista!, y esa vista, si se produce, es totalmente a causa del azar. Hay unos pocos (muy pocos), que no, que sé que no se perderán y que estarán aunque alguna distancia kilométrica los aleje. Son de los que se cuentan con una mano y parte de la segunda, pero eso alivia y alegra.
Es curioso, pero a mí me gustaría estar otra vez en segundo. Antes de tener el diploma en mano (supongo que lo conseguiré), antes de eso, justo al final, volvería a segundo. Tiene su gracia, porque todo el mundo desea acabar la carrera de una maldita vez.

---

Te ha sorprendido el nuevo elemento de atrezzo del estudio, ¿verdad? Justo delante de ti, encima de Tchaikovsky, el piano. Efectivamente: tres espadas samurai. ¡Ganadas en un concurso! Impresionante, sí. ¿Te acuerdas de cuando vi The hidden blade, esa maravillosa película de Yoji Yamada? Al llegar al estudio visité algunas páginas en Internet para leer algunas curiosidades y críticas. Entre las páginas vistas, una de ellas fue la
oficial en España. En esa web participé en el concurso, tan sólo consistía en mandar un correo, así que lo hice y mira qué suerte (aunque no creo que haya participado mucha gente). Cuando me comunicaron por correo que las espadas las enviaban al estudio, a esta habitación, no lo tomé muy en serio. Fue una felicidad pasajera muy grande. Mira, ¿te gustan? [Pose samurai con la katana] ¿Qué te parecen? Son bonitas, con fundas de madera… Pero, ¿qué te pasa? ¿Acaso caen goterones por tu frente? ¡Pero, tranquilo, si son decorativas, apenas están afiladas! Mejor las dejo bien lejos de tu sitio…
Vaughan ya termina de cantar Danny boy.
Buenas noches.

sábado, junio 10, 2006

Recomendaciones supuestamente veraniegas

(Tinta fresca)

La compañera Ma´heona´e me ha encargado una tarea: recomendar un libro, un disco y una película para este verano (la estación es lo de menos, son recomendaciones para cualquier momento, tiempo o lugar). Ha costado la elección final.


El libro de los abrazos. Eduardo Galeano.

En mi anterior blog (un cochambroso y limitadísimo espacio de Messenger), seleccioné algunos párrafos de este libro. Vuelvo a él porque no es una historia, son muchísimas historias para pensar mientras uno ríe y se conmueve. El libro de los abrazos son reflexiones de Galeano sobre prácticamente todo: el ser humano, el arte, el mundo… todas sus historias tienen su fuente en la riqueza de la tierra americana, para, a partir de ella, extrapolar al resto mundo. Un libro para descubrir, de una sabiduría poderosa y una prosa exquisita. Como asegura Koos Hageraats: “Lea una historia por día y será usted feliz la mitad del año. Lea una historia por día y será usted triste la otra mitad”.
Galeano reflexiona, vive, piensa, siente y, sobre todo, recuerda. Y recordar, en latín, significa que todo vuelve a pasar por el corazón.


Spain again. Michel Camilo y Tomatito.

La música exigía el reencuentro del pianista Michel Camilo y del guitarrista Tomatito. Dos grandes maestros que han gestado su segundo disco conjunto. ¿Alguien dijo alguna vez que piano y guitarra no hacían buena pareja? Entre las piezas que componen Spain again nos encontramos con tres temas en tributo a Astor Piazzolla (últimamente parece que encuentro al maestro argentino en todas partes, qué curioso). El pianista dominicano y el guitarrista almeriense vibran sus cuerdas y consiguen estremecer todo: Spain again está lleno de pasión, de intimidad, de intensidad en cada uno de sus 11 temas: El día que me quieras, Libertango, Adiós Nonino, Twilight Glow, From Within… Por supuesto, si no has escuchado el primer Spain, tienes que saborearlo. ¿Qué más se puede ofrecer? Dos recomendaciones en una.


Roma. Adolfo Aristarain

No nos referimos a la ciudad italiana, se trata del nombre de una madre, la del escritor Joaquín Góñez. Joaquín escribe su último libro, una autografía. El estudiante de periodismo Manuel Cueto trabaja como copista del escritor. El encuentro de estas dos personas muy lejanas en edad será propicio para que Joaquín pueda contar y escribir su historia con fluidez y dedicación, al mismo tiempo que el joven periodista toma ejemplo de la experiencia y los maduros consejos de Joaquín.

Las película sobre vidas autobiográficas suenan a tópicas, pero el argentino Aristarain ha escrito y dirigido una emocionante y reflexiva historia digna de mención. La película transcurre en la España actual y en los años 50 y 60 de Buenos Aires, viajando a través de unos flashbacks introducidos con elegancia. Los personajes son tan variados, tan bien tratados y perfilados… no hay ningún secundario perdido: Guido, el amigo revolucionario; René, el eterno y complicado amor, el padre de Joaquín, el mismo Joaquín, Roma… o ese librero que tan sólo quiere estar sentado escuchando jazz. Geniales José Sacristán: ese escritor sabio y cascarrabias, pesimista y cansado; Susú Pecoraro: esa madre con tanto corazón; y Juan Diego Botto en su doble papel, uno de los detalles más ricos del film: el espejo/reflejo de los dos personajes y, parece ser, del propio Aristarain.


Tres recomendaciones con un lazo entre América latina y España. No ha sido tan breve.

Este tipo de cadenas tan interesantes son las que apoyo, así que cumpliré la norma y pasaré la tarea a otros tres compañeros. Poder leer la propuesta cultural de otros blogueros lo merece. Los elegidos son: Don Mendo, Sabejal e Insanity. A difundir cultura.

martes, junio 06, 2006

Ñoñerías

(Relatos bajo el flexo)

Llevaba ya seis o siete copas, el joven perdió la cuenta cuando agregó un tubo de cristal vacío más a la fila. Pidió otra al viejo calvo del otro lado de la barra y continuó farfullando: “ñoñerías, ñoñerías”. El viejo (que era el dueño del bar) lo espetó:
- No he visto ninguna moneda, amigo.
- Déjeme en paz, ¡que le pago he dicho! -el joven ebrio le tira un billete de veinte euros-. ¡Dinero, el poco ganado! Con ñoñerías, ñoñerías…
- Compórtese.
Una prostituta que frecuenta el bar (y que tiene oscuros acuerdos comerciales con el dueño), entró. En el momento en que apareció, unos tipos duros que juegan al billar en el rincón vitorearon al verla. La mujer les mandó un beso y se dirigió al viejo en el extremo de la barra, donde hablaron en secreto:
- ¿Tienes a alguien para mí? -preguntó la mujer.
- Ese pobre desgraciado lleva más de una hora ahí sentado. Dice no sé qué que escribe ñoñerías, que su editorial lo explota… podrías sacarle un buen pedazo.
- Voy a por él.
La prostituta se sienta en una butaca al lado del joven.
- Hola guapo, ¿me invitas a una copa?
- Joder, ¿no ve que estoy en plena celebración de la mediocridad?
- Qué grosero, ¿no?
- Entonces hazte protagonista de uno de mis escritos.
- ¿Y eso?
- Porque son ñoñerías, todo se vuelve edulcorado, sea de la forma que sea. Uso palabras ñoñas, el sentido es ñoño, cada sílaba, cada coma y cada espacio entre palabras es ñoño.
- Venga vale, guapetón. ¿Por qué no te vienes conmigo y hacemos ñoñerías?
- En la vida real prefiero retozar, pero quizás esa palabra es ñoña. Corrijo, en tal caso follaríamos, pero va a ser que no.
- Llámalo como quieras, lo vamos a pasar muy bien.
- Si esta fuese una de mis historias haríamos el amor, no follaríamos. Luego te quitarías de puta porque te enamorarías de mí, seríamos muy felices.
- Oh, qué romántico.
- ¿Serás falsa? ¡No, son ñoñerías, ñoñerías! Todo lo que escribo es ñoño. ¡Ñoñerías!
Uno de los tipos brutos que juegan al billar vociferó:
- ¡Hijoputa! ¡Cállate ya y vete con tus ñoñerías!

Todos los presentes (el dueño viejo, la prostituta, los tipos duros y un par de individuos más) empezaron a reírse y a decir constantemente “noñerías, ñoñerías”, como un canon, y reían una y otra vez, como si fuesen máquinas de carcajadas, algo absurdo, no tenía sentido. La aliteración constante y ridiculizada de la “ñ” volvió loco al joven. Apartó de un manotazo a la prostituta, que se calló de la silla y chilló. Uno de los tipos duros se aproximó a él y el joven agarró una botella de ron y la hizo estallar en la cabeza del grandote. Éste gritó y se llevó las manos a la cabeza.
- ¡Toma ñoñería! -se jactó al ver la masa de músculos llorar en el suelo.
A continuación, el joven se subió encima de la barra y tiró todas las botellas de las estanterías a patadas: toda una cascada de líquidos y cristales reflectantes cayeron sobre el viejo, que dejó de reír enseguida. Los otros grandotes se acercaron con los palos del billar, pero nuestro alterado amigo cogió las butacas y las lanzó. Una de las butacas le dio a uno de los brutos en el estómago, que se arrodilló, gimiendo. El otro arremetió un palazo al joven escritor, pero no le dolió en absoluto. Con la palma de la mano contraatacó y le rompió la nariz al último grandote en pie; sintió cómo la sangre salía a chorros e impregnaba su mano, se sintió poderoso y momentáneamente feliz.
Los dos individuos que quedaban permanecieron inmóviles, se cagaban de miedo. El viejo y los tipos grandotes soltaban quejidos lastimeros. La prostituta estaba arrinconada, temblando. El joven se acercó a ella y le acarició el pelo.
- Cuánta violencia ñoña. No tengas miedo. Levántate.
La mujer se levantó azarosamente. El joven se humedeció los labios y besó a la prostituta con tal energía que tuvo que agarrarse a su cintura. Ante el peligro y la escena de violencia descontrolada, ella sintió una extraña atracción por ese pasional beso, la emborrachó de deseo. Pero el joven se desprendió de ella y salió del local.

A la mañana siguiente, nuestro protagonista se despertó en medio de un charco de vómito y alcohol. Cuando recordó lo que había hecho no se lo podía creer, se sintió sucio, se odió a sí mismo y, muy preocupado y con enorme pesar, llamó para asegurarse de que no había heridos graves: sólo un par de moretones, una nariz rota y unos labios ardientes. Luego mandó un cheque de cien euros en disculpa con la siguiente nota:
“Discúlpenme, por favor, no pretendía provocar tal escena de locura. En ningún momento quería hacer apología de la violencia, para mí es injustificada. Me siento enormemente decepcionado, acepten el dinero que les ofrezco a causa de los destrozos”.

Después de todo eso, nuestro amigo, seguramente, volvió a escribir ñoñerías. Pero eso es algo que, mejor, no me atrevo a confirmar.

viernes, junio 02, 2006

Palabras labradas

(Desvaríos noctambulares)

Resulta que a veces las palabras se disfrazan o se travisten, como si quisieran salir de fiesta. Las palabras que van acompañadas de acciones compatibles tienen un efecto multiplicado y mayor; las palabras con acciones contradictorias son sospechosas y rompedoras de cabezas; aquellas palabras con acciones que se tornan ahora acordes, luego dudosas, acompañadas de palabras puras o supuestamente claras, disfrazadas o viceversa multiplican al infinito su confusión.
Algunas palabras parecen tener fecha de caducidad, palabras que caducan para el oyente pero no para el emisor; o no para el oyente y sí para el emisor; o extinguidas para ninguno o para los dos.
Palabras que vuelven, que retornan, que se escapan, que se olvidan, que se descuidan, que se vomitan, que se guardan.
Palabras con eco perdurable, limitado, con subtexto incluido y posiblemente ignorado.
Palabras de un poder inexpugnable, o palabras simplemente impotentes.
Palabras inaudibles o invisibles que entran por los oídos, por los ojos, por la boca o por la bragueta.
Las palabras con mayor margen de confianza, las verdaderas y puras no son las palabras escritas o contadas, son las palabras labradas.
ecoestadistica.com